Unasur es nada. No significa ni integración, ni patria grande ni identidad ni nada porque se construyó sobre la base de los petrodólares del fallecido Hugo Chávez que se creyó la reencarnación de Simón Bolívar y de todos los próceres habidos y por haber. Se constituyó al amparo de prebendas y promesas que nunca se cumplieron. La integración física que nunca se concretó, ni la hidroeléctrica ni la hidrocarburífera, porque Chavez lo quería todo para él. Suyo debía ser el reconocimiento y en los foros públicos todo asentían.
Entonces no es extraño que el primer secretario general de Unasur haya sido Néstor Kirchner, uno de sus primeros aliados más leales en la región, al que llegaban bolsas de petrodólares para la campaña de su esposa, luego de un fugaz paso por ese puesto del expresidente ecuatoriano, Rodrigo Borja.
En mayo de 2010 todo era felicidad para los caudillismos de América Latina. Las naciones caribeñas disfrutaban de los subsidios del combustible que entregaba Venezuela; Hugo Chávez estaba en el poder; Lula estaba en el poder; Néstor Kirchner había heredado el poder a su esposa Cristina Fernández, como ahora pretende hacerlo Daniel Ortega con su esposa Rosario Murillo en Nicaragua. Las voces críticas solo eran traidoras a la patria grande, a esa de sus líderes que se paseaban por el mundo como jeques árabes.
Néstor Kirchner fue elegido por unanimidad secretario general de la Unión de Naciones Suramericanas, con el beneplácito de Ecuador pese a que su primer candidato, Rodrigo Borja, había sido puesto a un lado. El bloque iba a ser la contracara de la OEA, sin la presencia del incómodo Estados Unidos a quien se acusaba de todas las violaciones posibles de derechos humanos o crímenes de lesa humanidad, mientras casa adentro sus gobiernos se caracterizaban por las persecuciones políticas, encarcelamientos, silenciamiento de las voces críticas con el control de la información mediante el montaje de un impresionante aparato de propaganda.
Fue en realidad Cristina Fernández quien le ganó el pulso a Ecuador para desplazar a Rodrigo Borja de la Unasur y poner a su esposo como presidente del bloque al vencer las resistencias de Uruguay, Colombia y Perú. ¿Por qué? “Me voy a abstener, no voy a emitir ninguna opinión al respecto”, dijo Cristina Fernández, anfitriona de la Cumbre, en tono de broma en la mayor muestra de cinismo que haya tenido proceso de integración alguno. Fue como un homenaje póstumo. ¿Cuántos presidentes de ese entonces conocían del cuadro clínico de Néstor Kirchner que lo llevó a su muerte meses después de su posesión, en octubre de 2010?
Lula, preso en Brasil por el mayor caso de corrupción en América Latina, el lobbista de Odebrecht, felicitó a Kirchner por su experiencia como dirigente para ejercer el liderazgo en la región por encima de las diferencias ideológicas. Y Evo Morales dijo entender que Néstor Kirchner era como el primer presidente de Suramérica al ponerse a la orden del secretario general, independientemente de la posición ideológica de cada uno. En esos tiempos, con el control del poder, no hacían más que respetar las diferencias en el discurso, más no en la práctica.
El expresidente ecuatoriano, Rafael C., el encargado de tomar el juramento a Néstor Kirchner, aseguró entonces que la Unasur necesitaba “una figura de mucho peso, de mucho liderazgo para evitar empantanamientos, porque a veces los mismos ministros contradicen las decisiones de los presidentes”. Y esa declaración fue recogida como una anécdota aunque ahí estaba el espíritu de lo que era el socialismo del siglo XXI, un proyecto personalista, de egos, de vanidades, de presidentes que se creían eternos y que poco a poco fueron a la hoguera, a su hoguera.
El canciller de Chile, Roberto Ampuero, fue el primero en lanzar las alarmas sobre el despilfarro en una sede burocrática internacional construida para endiosar al chavismo. Su aporte era de $800 mil anuales para pagar la nómina y mantener las sedes del Parlamento de Unasur, construido en Bolivia, por $ 65 millones, y la sede en Quito, en la que el expresidente Rafael C.gastó más de los $45 millones presupuestados, con recursos públicos.
Ahí se levantó la estatua de Néstor Kirchner de 2,28 metros de altura y 600 kilogramos de peso, contratada sin concurso alguno y pagada por Cristina Fernández de Kirchner al escultor argentino Miguel Gerónimo Villalba. Con dineros públicos de Argentina, porque el socialismo del siglo XXI se caracteriza por no poner nunca nada de su bolsillo.
Esa fue Unasur que se fue desmoronando con la caída de sus líderes, no por un complot internacional sino por una corrupción generalizada que poco a poco se va destapando.