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Tom Wolfe: el escritor, periodista y autor de la más grande de las novelas sobre Nueva York ha muerto

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El escritor y periodista Tom Wolfe, autor de La hoguera de las vanidades, ha muerto este martes a los 87 años, según diversos medios estadounidenses. Wolfe es considerado uno de los padres del Nuevo Periodismo, una corriente periodística que contaba la realidad desde la riqueza de la literatura, con técnicas narrativas propias de la ficción, pero siempre respetando el rigor de los hechos, reseña diario El País.

Nacido en Richmond, Virginia, el 2 de marzo de 1931, Tom Wolfe encarnó la versión más hiperbólica y exaltada de ese periodismo que empezó a renovar los mecanismos del género desde las páginas de publicaciones como The Washington Post, Enquirer y New York Herald. Siempre fiel a los hechos pero aplicando al reporterismo y la crónica las herramientas propias de la narrativa, Wolfe se erigió en teórico y principal impulsor del Nuevo Periodismo y sólo cuando tenía 57 años se decidió a dar el salto a la novela, género mayor al que, como siempre ha asegurado, llegó más por accidente que por auténtica devoción.

Wolfe, autor también de Todo un hombre, era un devoto del realismo, que cultivó en tres novelas faraónicas que superaron las 600 páginas. Para el escritor y periodista, había cuatro premisas básicas para hacer más vívido un relato realista: “Construir el texto escena a escena como en una novela; usar la mayor cantidad de diálogo posible; concentrarse en los detalles para definir a los personajes y adoptar un punto de vista para relatar la historia”.

Compartí cinco días con él y contestó a todo, a nada. La diferencia la hicieron los detalles: las conversaciones de su corte de acompañantes, los aduladores, la noche en que desapareció de un club nocturno y nos dejó con una cuenta sideral para pagar... Tom Wolfe

Famoso desde la década de los sesenta por sus impecables trajes de tres piezas y camisas de cuello blanco almidonado, Wolfe tenía incontables anécdotas de algunos de sus famosos reportajes, como el retrato de Cassius Clay, más conocido como Muhammad Ali. “Compartí cinco días con él y contestó a todo, a nada. La diferencia la hicieron los detalles: las conversaciones de su corte de acompañantes, los aduladores, la noche en que desapareció de un club nocturno y nos dejó con una cuenta sideral para pagar…”.

En una entrevista con El País en 2014 habló sobre los efectos negativos que tuvo el Nuevo Periodismo en la profesión. “El abuso de la primera persona del singular. Un fallo que yo mismo he cometido. Mi primer texto, El coqueto, aerodinámico rocanrolcolor caramelo de ron [Tusquets], sobre la cultura automovilística en California, lo empecé escribiendo: ‘La primera vez que vi coches personalizados…’. A menos que seas una parte de la trama, creo que es un error escribir en primera persona”.

La obra más conocida de Wolfe es, quizás, La hoguera de las vanidades, la que aún se considera la gran novela de Nueva York. Salió a la venta en el otoño de 1987, el año del lunes negro de Wall Street, la época en que los homicidios se contaban por miles, la discoteca Studio 54 vivía su declive y Donald Trump, ya dueño de su torre de la Quinta Avenida, estaba construyendo su imperio de casinos en Atlantic City.

El debut en la ficción de Tom Wolfe narraba la historia de McCoy, un joven y triunfador vendedor de bonos que una noche se pierde junto a su amante por el South Bronx, atropellan a un negro y huyen. A partir de ahí, empieza su caída libre y, en paralelo a ella, Wolfe retrata todo el submundo de la ciudad.

El libro sentó mal, se regodeaba en los tópicos sobre negros y blancos y se burlaba de todo: la tensión racial, el dinero y las miserias políticas. “Tom Wolfe no deja prisioneros en su comedia”, decía la crítica de The New York Times, escrita por Christopher Lehmann-Haupt.

Wolfe estudió Literatura Inglesa en Washington y en 1957 se doctoró en Filosofía. El periodismo sería su gran escuela desde que empezase a trabajar en el diario Springfield Union de Massachusetts y, con ayuda del director del New York Herald, empezó a ir más allá del periodismo objetivo para fraguar a principios de los años 70 lo que acabaría siendo el Nuevo Periodismo, un género que, según el propio Wolfe, consistía en ser “absolutamente verídico y al mismo tiempo, tener la cualidad absorbente de la ficción”.

 

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