Ante la falta de información sobre el impacto de los edulcorantes en la salud, puede haber la sensación de que se juega una especie de ruleta rusa cuando se consume alimentos endulzados artificialmente. Y no es para menos. Al igual que los productores de cigarrillo en su momento, la industria de alimentos y bebidas no está precisamente interesada en saber -o que sepamos- si los sustitutos no calóricos del azúcar causan daño.
Como los edulcorantes no han remplazado ni de lejos el consumo de azúcar en el Ecuador y el mundo, aunque su consumo se ha incrementado, podríamos pensar que no tenemos tanto de qué preocuparnos. Pero los estudios muestran que el consumo regular de azúcares añadidos en bebidas y alimentos no ha sido remplazado parcialmente por edulcorantes. Es decir, a la ingesta de los primeros se ha añadido lo segundo. Por tanto, las personas se están engañando si creen que el uso de edulcorantes les ayuda a consumir menos azúcar.
Los científicos todavía no concuerdan de manera multitudinaria en cómo nos afecta el consumo de azúcar, pero es claro que está ligado al sobrepeso y la obesidad, así como al hígado graso. Está demostrado, por ejemplo, que la alta ingesta de azúcar es también típica en quien tiene poca actividad física. No es coincidencia. Cuando el cuerpo no puede expender las calorías del azúcar, las almacena como grasa.
A esto se añade que parece los edulcorantes no solo estimulan el apetito sino que el cuerpo busca remplazar las calorías que le faltan. Si no las recibe, como está acostumbrado, en forma de azúcar, busca compensarlas de alguna manera. Y como lo demuestran las ventas de comida rápida y las conversaciones casuales, son pocas las personas que, teniendo la opción, preferirían deleitarse con una ensalada de apio en lugar de unas papas fritas recién hechas.
Los productores de gaseosas en Ecuador, además, aprovechan la simpleza con la que la etiqueta de una cola sin calorías nos persuade de que esta, en efecto, es más sana que un yogurt. Al final de cuentas, el yogurt de frutas nos dirá que es alto en azúcar y medio en grasa, mientras que la gaseosa no calórica tiene una ventaja competitiva al ser baja en grasa y azúcar. Es difícil resistirse a una lógica tan llana como la de una etiqueta (si es que hacemos caso a este tipo de advertencias).
Finalmente, a esto se suma la publicidad omnipresente que equipara el consumo de bebidas carbonatadas con la sensación de placer en combinación con el espíritu deportivo. Siendo cínicos, se podría decir que el auspicio de bebidas carbonatadas en deportes competitivos nos puede hacer sentir que consumirla no solo nos hace más felices sino que nos hace sentir listos para el combate. Aunque sea solo en un juego de vídeo.
Los fabricantes de bebidas nos aseguran que “no engordan”. Así es, en sí misma, una gaseosa no lo hace. Lo que no sabemos es exactamente cómo es que provoca que sí ganemos peso.