El triunfo de Sebastián Piñera en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Chile, confirma un viraje de la región hacia la derecha. Ojalá que esta nueva victoria de la tendencia repercuta en un relanzamiento de los mecanismos de integración latinoamericana a través de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur).
En Chile se ha producido lo que popularmente se conoce como la “ley del péndulo”, por tanto tras cuatro años del gobierno socialista de Michelle Bachelet (recibió el poder de manos de Piñera, a quien antecedió en el cargo) era previsible que el representante de la agrupación de centro derecha Chile Vamos se impusiera al candidato oficialista, de la coalición de centro izquierda Nueva Mayoría, Alejandro Guillier. Además, Piñera tuvo como carta de presentación la buena gestión desempeñada en el periodo 2010-2014.
Es notable que desde el retorno a la democracia, en 1990, los sucesivos gobiernos hayan logrado mantener una continuidad en las políticas de estado. Por ejemplo, la posición de Bachelet y Piñera es la misma en relación al contencioso que Chile mantiene con Bolivia. Definitivamente, los chilenos exhiben una mayor cultura política que los ciudadanos de otros estados.
Con la elección de Piñera, la izquierda regional encaja un nuevo golpe. Hace un año, Mauricio Macri derrotó al kirchnerismo que gobernó Argentina por más de una década; lo mismo ocurrió en Brasil con el gobierno de centroderecha de Michel Temer, quien reemplazó a la destituida Dilma Rousseff, cuyo Partido de los Trabajadores se mantuvo desde 2003, primero con Luis Ignacio ‘Lula’ Da Silva. Igual sucedió en Perú con la asunción de Pedro Pablo Kuczynski, cuya permanencia depende de que logre salir airoso del llamado a juicio político realizado por el Congreso de su país.
Para América Latina es importante la unidad no solo porque tenemos problemas conjuntos sino también porque compartimos similares preocupaciones. Además, la necesidad de integración de nuestros países no es un tema de ahora. Ya lo advirtieron -en sus respectivas épocas- el Libertador Simón Bolívar y el expresidente Eloy Alfaro.
Para Unasur, las cosas han ido de mal en peor, tanto que los estados miembros todavía no logran ponerse de acuerdo para designar al nuevo secretario general del organismo en reemplazo del expresidente de Colombia, Ernesto Samper, cuyo ejercicio concluyó hace algunos meses.
Con ese horizonte, la Unasur fue creada como un espacio de diálogo político para reforzar la integración suramericana y para participar unidos en el escenario internacional. Aunque tuvo un problema de origen: la intención de consolidar un proceso de unificación marcado por una ideología. El gobierno de Venezuela, encabezado, en ese momento, por Hugo Chávez, así como sus copartidarios del Socialismo del Siglo XXI de Argentina, Ecuador y otros mantenían conceptos diametralmente distintos sobre democracia, división de funciones, respeto a la libertad de expresión (por citar algunas cuestiones fundamentales), en relación a otros países de la región. Todo eso ha impedido una real integración.
Las cosas han ido de mal en peor, tanto que los estados miembros todavía no logran ponerse de acuerdo para designar al nuevo secretario general del organismo en reemplazo del expresidente de Colombia, Ernesto Samper, cuyo ejercicio concluyó hace algunos meses. Un síntoma grave de lo que sucede en Unasur, lo cual ni siquiera puede ser calificado de desidia sino de ineptitud. Si los gobiernos no logran llegar a este consenso, menos aún podrán ponerse de acuerdo para enfrentar los grandes problemas que tiene la región.
No fue buena idea privilegiar lo político al designar como secretarios generales primero al expresidente argentino Néstor Kirchner (falleció al poco tiempo de estar en el cargo) y luego al exgobernante colombiano Ernesto Samper. Ahí estaba el tinte ideológico que frenó la integración. Cabe recordar que los precedió el exmandatario ecuatoriano Rodrigo Borja, quien renunció antes de asumir la función, “por falta de garantías”, según dijo entonces.
Con los nuevos vientos que soplan por la región es de esperar que los países busquen llegar a un acuerdo para designar en el cargo a una persona que no haga política sino que fomente la integración, que pueda conversar con los gobiernos de las distintas tendencias, sin tratar de imponer una corriente ideológica. En lugar de unir eso separa.
En un mundo que negocia en bloques sería irracional mantener estancado el proceso de integración sudamericana. Solo basta mirar cuán ventajosa ha sido esta para la Unión Europea (UE), los países asiáticos, China… Las naciones europeas han podido avanzar porque no le han puesto ideología a la integración. Por cierto, mantienen conceptos básicos sobre democracia, respeto a la libertad de opinión, respeto a las leyes, es decir criterios mínimos que son aceptados por todos los integrantes del bloque.
Hasta aquí, la Unasur ha hecho “mucho ruido y pocas nueces”, como dice el refrán. El ruido lo ha generado el inmenso edificio construido en Quito donde funciona la sede, pero es muy pobre el balance en materia de resultados. Por eso soy de la opinión que es tiempo de aprovechar esta época de cambios para relanzar la integración latinoamericana y crear procesos más ágiles, sin poner la ideología por delante. La integración no debe tener ideologías.