El terrorismo ataca a sus anchas. Ha hallado nuevas formas de hacerlo, ya no necesita pasar bombas por los aeropuertos ni fabricar complejos dispositivos. Nada. Tampoco secuestrar aviones como en los peores momentos de la guerra fría. Lo único que necesita es atacar la cotidianidad de las personas con objetos que nos rodean las 24 horas del día. Un camión de helados, un camión repartidor de leche, una furgoneta…
Su única misión es generar terror, pánico. Su misión es obligar a la gente a no salir, a quedarse en sus casas, a renegar de la ciudad o el país en el que viven. Van y atacan en nombre de un Dios al que ni siquiera entienden, tal vez porque nunca en su vida han leído el Corán o lo han leído con el adoctrinamiento de mentes perversas que no aceptan al otro. No lo aceptan porque en su mundo cuadrado solo existe su mundo. El otro es un pervertido, en su mente pervertida. La perversión reflejada en el espejo, en el que ve al otro viéndose a sí mismo.
El terror ahora usa los objetos que vemos cotidianamente. No está en nuestra imaginación pensar que alguien pudiera usar una furgoneta o un camión de helados como arma para matar.
El terrorismo volvió a atacar de nuevo en Nueva York en la misma ciudad que sufrió la peor devastación gracias al terrorismo de fanáticos que invocaban a Alá para ordenar la muerte de los infieles, de quienes no seguían sus formas de vida ni sus formas de pensar. Ahora el blanco del ataque fue en un carril bici entre West Street y Chambers Street, en el barrio de Tribeca, a la hora de salida de los colegios y en plena festividad de Halloween.
El nombre del autor no importa, es otro fanático más al que no le importó irse contra un autobús escolar, en el que dos adultos y dos niños resultaron heridos. Ni siquiera interesa de dónde es. No es culpa tampoco de la inmigración como alegremente puede pretender Donald Trump. Fanáticos hay en todos lados y pueden ser de cualquier nacionalidad.
Lo que hay que atacar es ese dogmatismo que alimenta al terrorismo, un dogmatismo al que le llueven dólares, porque no son solo los fanáticos los que sostienen ese estado de terror. Son los que no aceptan al otro como igual y diferente. Los que se creen superiores, los que trafican con armas y personas.