El desarrollo sostenible como concepto motiva a la humanidad a preservar nuestro hogar llamado Tierra, sin comprometer el futuro de otras generaciones. Sin embargo, se ha conversado del medio ambiente y de la sostenibilidad prácticamente durante seis décadas completas. A través del tiempo, hemos vivido pactos globales en pro de prácticas de conservación, pero en realidad dichos acuerdos mundiales han sido un completo fracaso porque las metas impuestas fueron tan subjetivas que quedaron en generalidades, sin definir indicadores, solo grandes dimensiones desde lo económico, social y ambiental.
Reino Unido, en la década de los setenta, en el siglo pasado, formó un Consejo para la educación ambiental, una institución pionera a nivel mundial, que se constituyó en el punto de partida de una serie de nuevos esfuerzos para educar y proteger el medio ambiente, como la Carta de Belgrado suscrita por los países nórdicos en 1975. Mucho antes, en 1949, la Unesco había realizado un estudio sobre la preocupación ambiental que nunca fue determinante para la toma de decisiones internacionales en esa materia.
El inicio de la lucha por el desarrollo sustentable se puede marcar en 1971, cuando la Conferencia de las Naciones Unidas hace público el informe Founex, una reflexión teórica acerca de la problemática ambiental y su relación con el desarrollo, preparado por un grupo de expertos que se reunió en esa ciudad suiza. El grupo relaciona la disminución de recursos y la posible contaminación ambiental con el deterioro social y el decrecimiento del desarrollo. Abogaba por ampliar el concepto de desarrollo a aspectos sociales, culturas y ambientales. Fue un documento que provocó una preocupación cristalizada en el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA, 1973), cuyas prioridades fueron asistencia técnica, ayudas y programas ambientales.
Dentro de los eventos claves alrededor del mundo tenemos el Seminario de Belgrado (1975), la conferencia Tbilisi (1977), pero fue una publicación del informe Brundtland (1987), donde se relaciona la regulación ambiental con los modelos de desarrollo, allí se comienza a hablar de sustentabilidad. El informe enfrenta y contrasta posturas de desarrollo económico junto con el de sustentabilidad ambiental.
Pero fue en 1992, luego de prácticamente una década con la Declaración de Río, que 160 presidentes de diferentes países del mundo finalmente se comprometen a generar políticas ambientales, sobre cambio climático y temas de desertificación. En esta misma ciudad se realizó un foro global con 15 mil participantes que acordaron trabajar en pro de sociedades sustentables y con responsabilidad global.
En 1997, con el Protocolo de Kyoto, los países acordaron reducir las emisiones de los gases que causan el calentamiento global, en un 5% hasta el año 2012. Y, en el 2002, se hizo durante la cumbre de Johannesburgo, se habló del manejo sostenible del agua, energía, pobreza, calentamiento global, recursos naturales, biodiversidad y comercio.
Todos estos pactos nacieron por una preocupación ambiental que se comenzó a propagar en el mundo, aunque ciertamente también surgieron en el marco de una crisis política global, lo que demuestra una incoherencia completa respecto a acuerdos internacionales. La contaminación es una realidad que vive el planeta. El único culpable es el ser humano que, siendo racional, se ha convertido en irracional destruyendo el bien común acabando con el verdadero sentido de la vida, que es el ser mismo.
Todos estos pactos nacieron por una preocupación ambiental que se comenzó a propagar en el mundo, aunque ciertamente también surgieron en el marco de una crisis política global, lo que demuestra una incoherencia completa respecto a acuerdos internacionales. La contaminación es una realidad que vive el planeta. El único culpable es el ser humano que, siendo racional, se ha convertido en irracional destruyendo el bien común acabando con el verdadero sentido de la vida, que es el ser mismo. Por ejemplo, ¿quién vigila el cumplimiento de los pactos mundiales a países como China, India, Estados Unidos (este último, no ratifico el acuerdo de París firmado en 2015) …?;países de gran crecimiento económico, pero a la vez los mayores contaminantes del globo. Todos ellos tienen otro tipo de intereses como son los políticos y financieros por encima de los de sostenibilidad.
Hoy en día el problema ambiental no es un mito es una realidad, y preocupa al mundo. Existen algunas características esenciales que ayudan a entender el drama y la realidad de los problemas ambientales: el calentamiento de los mares, el deshielo de los glaciares, la emisión de gases contaminante y la destrucción de los bosques en el mundo. Todo esto nos llama a la reflexión.
La Organización de Naciones Unidas (ONU) a partir del 2015 trazó directrices internacionales jugando hasta ahora un papel importante en el contexto global. Ha definido los denominados Objetivos de Desarrollo Sostenible hacia el 2030 (ODS) marcando el territorio, definiendo indicadores y metas detrás de la prospectiva internacional, cuyo cumplimiento será un nuevo reto para la comunidad mundial.
Para cumplir con estos objetivos es por medio de políticas públicas que permitan el desarrollo territorial. Países como el Ecuador y otros de la región deberían discutir estos temas a través de la generación de incentivos locales a todo nivel, ya sean estos parroquiales, municipales, provinciales o regionales trabajando a favor de los 17 ODS propuestos por las Naciones Unidas. Para que en los territorios se impulse el desarrollo sostenible es necesario crear directrices locales a escala. La ONU propuso los grandes objetivos, pero los territorios deben buscar sus cumplimientos como única esperanza al ya fracasado pacto global de las últimas décadas.
La idea es crear conciencia a través de mecanismos de participación ciudadana para que la población incorpore a su cultura diaria las prácticas sustentables. Recordemos que en el pasado el desarrollo rural fue sostenible como tendencia, por aquello, es hora de volver al pasado entendido como una evolución que transfiere nuevas tecnologías a prácticas ancestrales. En el caso del Ecuador hay que mejorar la política de desarrollo rural, brindar incentivos económicos y sociales y facilitar la institucionalidad a través de procesos importantes de descentralización y manejo de competencias en los gobiernos locales. Debería existir, como política pública, la asignación de recursos que colaboren al desarrollar prácticas sustentables.
Consideremos que el desarrollo territorial no se mide necesariamente por una dimensión geopolítica, sino más bien, por una visión similar y un territorio con características comunes, ya sean estas ambientales, económicas o sociales.
Por ejemplo, en Loja existe la Mancomunidad del bosque seco cuyo objeto fundamental fue ambiental, sumándose a la vez algunos otros; que a la fecha ha tenido excelentes resultados para la conservación y ´prácticas sostenibles. Ya no estamos hablando de un territorio netamente político, sino de un territorio en desarrollo que permite articular a los actores con un único fin.
Hay que romper paradigmas respecto a la asignación de recursos realizada de acuerdo a múltiples variables. La idea es que la política pública se enfoque hacia el desarrollo sustentable, pensando en territorios, cuya planificación quede determinada por metas que se definan a través de los ODS. Estos indicadores deben ajustarse a un plan nacional donde la prioridad sea la primera vía y luego asegurar que el proyecto 2030 global realmente se alcance desde lo local.