La vergonzosa situación que vive el país al tener un vicepresidente sin funciones y en la cárcel, pero vicepresidente al fin, acentúa la añeja visión que calificaba al Ecuador de “república bananera”.
Esta percepción había sido superada durante la época de la transición constitucional, que duró unos diez años, pero luego regresamos a esa andadura. Y ahora, como remate, queda claro que no existe seguridad jurídica.
Apenas saltó el escándalo de los sobornos que entregaba la empresa Odebrecht a cambio de jugosos contratos, otros países -donde también operó la constructora- empezaron a investigar. El departamento de Justicia de Estados Unidos obró en consecuencia y entregó mucha información.
Entonces, la respuesta fue la inacción. Aquí esperamos cómodamente a que transcurra la temporada de elecciones para que el escándalo no tuviera impacto electoral. Paradójicamente, el mismo hecho, en esta temporalidad, puede ser usado para tener impacto en la consulta popular.
La justicia ha actuado con lentitud. Recién, el pasado 21 de agosto la Fiscalía pidió la vinculación del vicepresidente Jorge Glas al caso Odebrecht. Después acogió nuevos informes provenientes de Estados Unidos: videos, grabaciones, correos, todos los indicios que ahora son pruebas. De pronto la justicia resuelve que hay riesgo de escape y dicta una orden de prisión preventiva, que no se sabe en qué terminará.
También es bochornosa la pasividad mostrada por la Asamblea Nacional en este asunto. Allí disponían de todos los elementos para llevar a juicio político al vicepresidente, pero la mayoría bloqueó cualquier intento. Por eso no hay como exculparla de la vergüenza que siente el país de tener un vicepresidente en la cárcel, pero todavía tal vicepresidente.
Entre otras sensaciones, el desarrollo de los acontecimientos es motivo de tristeza. Al conocerse los resultados de la primera vuelta electoral, cuando aún se dudaba de la veracidad de las cifras, advertí que el país se enfrentaba al mayor riesgo de elegir un delincuente como vicepresidente.
La admonición no tuvo mayor eco. Alguien comentó “¡qué valiente!”; algún otro dijo que el calificativo era injusto porque el vicepresidente no tenía sentencia alguna. No obstante, para esa época las presunciones abundaban. Además ya eran conocidas las denuncias realizadas por Fernando Villavicencio, Klever Jiménez y Carlos Figueroa (los tres fueron condenados a prisión por supuestas calumnias judiciales contra el presidente de ese tiempo, Rafael Correa). No obstante el país decidió votar por él y ahora vemos las consecuencias.
Hace pocos años me correspondió hablarle al país sobre el problema del narcotráfico. Entonces planteé que este asunto era de tal dimensión que el delito no podía darse sin complicidades de alto nivel.
“Justicia que tarda no es justicia”, es una máxima con la que muchos coinciden. Para otros, “más vale tarde que nunca”. Todo depende del cristal con que se mire. Entre esas visiones los ciudadanos nos defendemos y nos acomodamos. Así, poco a poco, retomaremos el tradicional nivel de confort que consiste en no comprometernos prácticamente con nada.
El presidente Lenín Moreno ha prometido que hará una cirugía mayor contra la corrupción. Al parecer estamos en una etapa inicial: corte de uñas y asepsia externa, por cuanto lo que hay que extirpar todavía no se toca.
La corrupción está fuertemente enraizada, quizás por eso alguna gente aplaude lo ocurrido con el vicepresidente. Sin embargo, el caso Odebrecht es “juego de niños” comparado con lo que falta por averiguar. Para tener una idea, se está probando que solo en la repotenciación de la Refinería Esmeraldas se llevaron millones en sobreprecios, mientras la población sigue sin agua potable; igual en la nivelación de tierras de la Refinería del Pacífico.
Así por el estilo, en las negociaciones de comercialización de crudo y las ventas anticipadas, muy probablemente aparecerán el tío (Ricardo Rivera, también con prisión preventiva) y el sobrino, Jorge Glas.
La última década el país fue tomado por una mafia mayor que tiene un jefe en Bélgica, que se encuentra intocado. Hacia allá se debe apuntar si es que realmente hay el deseo de que las cosas queden plenamente clarificadas y de imponer una sanción ejemplar. Caso contrario, lo sucedido con el segundo mandatario quedará para la anécdota y la corrupción seguirá campante.
Esto, porque al que es corrupto poco le importa perder la honra o ir a la cárcel por algunos meses. Ante la familia y allegados siempre tendrá la justificación de que es víctima de una trama oscura y de una persecución política. Pasado el mal rato sale del país a disfrutar de los millones mal habidos.
Retomando la máxima que depende el cristal con que se mire, tal vez algunos analistas políticos que desde otros países siguen los acontecimientos del nuestro, digan que al fin se inaugura la justicia en el Ecuador. Otros pueden pensar que la corrupción es de tal magnitud que no se la pudo ocultar por más tiempo… Y que era de alto nivel.
Hace pocos años me correspondió hablarle al país sobre el problema del narcotráfico. Entonces planteé que este asunto era de tal dimensión que el delito no podía darse sin complicidades de alto nivel.
En el presente, conforme se van destapando los casos de corrupción, vemos que no pudieron haber tenido lugar sin complicidades de alto nivel; más arriba que el vicepresidente, quien fuera el propio presidente de la República y una mafia construida, inclusive con una Constitución, para poder hacer las cosas que han hecho. Es hora de decir ¡Ya, basta!