Un lunes cualquiera uno se despierta, enciende la radio y de pronto está de vuelta en la realidad de un mundo bipolar que un día amanece en calma y otro con tiroteos, accidentes, declaraciones de guerra, declaraciones de amor, tuits incendiarios, atentados… Este lunes no fue la excepción, tras el trago amargo que provocó ver en vivo y en directo la represión de la guardia civil española contra miles de personas que reclamaban el derecho a ejercer su libertad de expresarse en unas votaciones cuestionadas por la formalidad española. En Cataluña pasa algo y el gobierno solo pudo responder con la prepotente autoridad del tolete, algo que de seguro va a fortalecer un discurso independentista que ha ganado mucho terreno en los últimos años, pese a las consecuencias.
Pero los ojos del mundo, en un abrir y cerrar de ojos, pasaron de Cataluña a La Vegas donde un hombre de 64 años se apostó en la ventana de una habitación del piso 32 del hotel casino Mandalay Bay y comenzó a disparar a mansalva contra una multitud que disfrutaba de un concierto al aire libre. Una masacre incomprensible, terrible y absurda. Esa noticias que dejan una sensación de vacío y unas enormes ganas de sentarse en un parque para esperar a Godot. Hasta ahora van 59 muertos, incluido el tirador identificado como Stephen Paddock.
Y ya en lo local, entre lo más trascendente está el llamado a consulta popular realizado por el presidente Lenín Moreno que, en el fondo, buscar poner coto a un absurdo que nunca debió pasar: la reelección indefinida puesta en la Constitución por el capricho de un expresidente que soñaba con volver a imponer sus normas de conducta a una sociedad hastiada de sus ínfulas de dios ante el que poco más había que poner rodilla en tierra. Que quería meterse hasta entre las sábanas de los ecuatorianos, porque desde su visión de la política, su deber era controlarlo todo y a todos. Decía que obedecía a sus mandantes, pero entendía a sus mandantes como la reproducciones de su sombra.
Y ya en la noche vino la detención del vicepresidente sin funciones por la trama de los sobornos de la constructora brasileña Odebrecht. El delator de Odebrecht confesó que había trabajado en diez países repartiendo millones de dólares para hacerse con megaobras, pero que solo en Ecuador pudo tener acceso a un vicepresidente de la República. Solo en Ecuador, casi convertido en una década en una banana republic.