Ya es jueves, y como todos los jueves de cada año la Academia sueca se apresta a dar a conocer el nombre del Premio Nobel de Literatura, una ceremonia seguida con singular interés por millones de personas en todo el mundo, un evento aprovechado por famosas casas de apuestas para hacer sus quinielas.
En Ladbrokes están como favoritos el keniata Ngugi Wa Thiong’o, el japonés Haruki Murakami y Margaret Atwood signada por el éxito de El cuento de la criada.
La entrega de los Nobel se inició el lunes con el de Medicina concedido a los estadounidenses Jeffrey C. Hall, Michael Rosbash y Michael W. Young por haber hurgado en una cosa tan cotidiana como el reloj biológico.
El procedimiento para seleccionar a los ganadores no ha variado en décadas: científicos, académicos y profesores universitarios de todo el mundo presentan las candidaturas y los comités Nobel establecen varias cernideras para nombrar al ganador o ganadores, hasta tres por premio, en el mundo de la física, la química, la medicina… El Nobel de Literatura, por el contrario, siempre ha sido uno solitario. Un solo nombre.
Hay pocas historias de escritores, científicos y académicos con dos Nobel o más y eso tal vez se deba a que la inteligencia para ser merecedor de esos premios es mucha.
El mundo de las letras y las ciencias es muy selectivo y, sin embargo, los premios nunca se repiten. Hay más genios en el mundo de lo que parece, al contrario del mundo de la política donde llega un persona que se cree predestinada a guiar los destinos de un país que cree el mundo y hace cualquier cosa por ganar elección tras elección, tras inventarse eso de la reelección indefinida que solo es una trampa indefinida para cumplir el sueño del poder eterno.
Son personas que generalmente pueden darse el lujo de descalificar a Premios Nobel de Literatura solo porque tienen un micrófono al frente y audiencias cautivas a su alrededor.
A ningún Premio Nobel se le ocurriría descalificar a su sucesor y menos aún acusarle de traidor, así sea un colega con el que desarrolló alguna investigación o un amigo escritor con el que compartió muchas lecturas y muchas botellas de vino. En la política eso es cotidiano, porque hay personas que creen que nadie merece ocupar su puesto, porque en realidad todos pueden hacerlo.