Las redes sociales se convirtieron en los últimos días en el espacio donde algunos ecuatorianos, muchos bots manejados por personas interesadas al parecer, pusieron en evidencia toda la xenofobia de la que una persona puede ser capaz con la apelación a un nacionalismo intrascendente.
Era una indignación sin precedentes contra los migrantes venezolanos, justo el día en que el Gobierno revelaba la gran farsa de Yachay, una ciudad del conocimiento reducida a 12 aulas y cuatro laboratorios, con más de 700 empleados y obras inconclusas y mal hechas, sin rastro de los $3.000 millones en inversiones anunciados.
Una xenofobia inexplicable por unos comentarios que bien pueden tacharse de bobos, torpes, que tal vez no guardaron las formas, pero que de ninguna manera pueden justificar una especie de declaración de guerra para vilipendiar de forma grotesca y vil a toda una comunidad de migrantes que debió dejar sus casas, sus familias, sus amigos para buscar algo de dignidad en un país diferente. Una dignidad que dejó de ofrecerle su Gobierno, el de Nicolás Maduro, convertido en una dictadura con una Asamblea Constituyente espúrea.
Ecuador es un país que ha expulsado migrantes a Estados Unidos, España, Italia y hasta la misma Venezuela, una Venezuela sin chavismo ni socialismo del siglo XXI… Ecuador es un país que se indignó por los ataques contra sus compatriotas, por deportaciones a veces masivas, por el abuso de coyoteros que muchas veces les dejaron sin nada. Ecuador es un país de migrantes que terminaron muertos en alta mar. Ecuador es un país que debió ir a dejar flores en alta mar porque los cuerpos de sus migrantes nunca aparecieron.
Por eso la xenofobia indigna. La xenofobia contra una población vulnerable, porque eso son los migrantes, ya sean venezolanos, colombianos, cubanos o de cualquier nacionalidad.
Mark Twain nunca preguntaba de que raza es el hombre, porque a él le bastaba saber que era humano para entender que nadie puede ser nada peor. Y hay hechos o detalles insignificantes que parecen darle la razón.