Fue una rueda de prensa del vicepresidente sin funciones para quejarse porque ya no le dejaban usar el avión presidencial. Eso, según su criterio, atentaba contra su seguridad personal. Las preguntas, ¿si ya no tiene funciones para qué necesita el avión presidencial? ¿Sabrá el vicepresidente sin funciones cuántos ecuatorianos viajan en bus o en Trole o en la Metrovia los 365 días del año? ¿Sabrá el vicepresidente sin funciones cuántos ecuatorianos van a visitar a sus familias en provincias solo en feriados y deben hacerlo en buses interprovinciales?
El vicepresidente sin funciones parece que solo alcanzó a poner en su real dimensión el Decreto 100 cuando le dijeron que no podía usar el avión presidencial. A esas alturas llegó el poder concentrado en una sola persona, en el expresidente que decidía a sus anchas quién podía o no usar el avión presidencial, quién era culpable o inocente, quién merecía estar libre pese a ser enjuiciado por corrupción, solo porque le había pedido perdón, y quién debía estar preso.
A esas alturas llegó el poder concentrado en una sola persona custodiada por caravanas de guardaespaldas para evitar ver cómo algún ciudadano, en su camino, levantaba su puño para luego extender el dedo medio. Un acto simbólico de rebeldía, fálico-machista, pero de rebeldía al fin para quienes habían perdido hasta el derecho a la protesta.
Pero en esta historia finalmente no fue Lenín Moreno quién decidió echar las cartas sobre la mesa. En todas sus declaraciones sobre las denuncias de las relaciones del vicepresidente sin funciones con los sobornos de la constructora brasileña Odebrecht, Moreno mantuvo mesura; hasta hubo insinuaciones de que trataba de protegerlo cuando pidió públicamente que dejaran trabajar al vicepresidente ahora sin funciones.
No fue Lenín Moreno quien provocó esa crisis en Carondelet. No, fue el vicepresidente sin funciones el que quiso entrar en el viejo juego instaurado en la anterior administración del acuso, insulto y denuncio para ver qué pasa… y si habría podido también habría firmado una carta de destitución y una orden de prisión contra el Presidente en funciones. Ese fue el tono de su carta pública, seguramente redactada entre el insomnio de Bélgica y la incertidumbre del despacho vicepresidencial, en una teleconferencia vía Telegram tal vez.
Esa carta mereció una parca respuesta del Presidente. Solo dirigida a la militancia de Alianza País, sin nombrar siquiera al vicepresidente sin funciones ahora. Horas después llegó el Decreto 100 y la respuesta fue ese berrinche porque ya no le dejaban usar el avión presidencial. Si tanto ama al pueblo y el pueblo tanto lo ama por qué no viaja en bus. Es el medio de transporte de millones de ecuatorianos, porque hasta agarrar un vuelo se ha vuelto prohibitivo para la mayoría por los precios de los tiquetes. Y si puede pagar un tiquete, porque conserva el sueldo que cobrará pese a no tener funciones, por qué no viaja en vuelos comerciales ya que así podrá recibir el calor personal del pueblo que le ama.
El expresidente compró dos aviones para viajar como jeque árabe en un país con una renta per cápita de marginal productor de petróleo. Gracias a esos y otros suntuosos gastos el país ahora tiene una deuda de cerca de 60.000 millones de dólares, según datos de quienes fueron parte de su equipo económico, y ahora un funcionario público que cobrará miles de dólares como sueldo por no hacer nada se queja porque ya no le dejan usar el avión presidencial.