“La negación ya no le servirá, ahora a Maduro sólo le queda irse o reconocerse como enemigo del pueblo y sostener un Gobierno frágil con armas”. Alguien, ni siquiera importa quién, lo escribió en un mensaje de la red social Twitter. Alguien, uno de los millones de inconformes con el régimen de Nicolás Maduro, con la herencia de Hugo Chávez. Una herencia de odio, que ha expulsado a miles de venezolanos a otros países en busca de aire, de cierta libertad.
Negar la realidad poco le servirá ahora al chavismo, que permitió a sus colectivos salir otra vez a matar impunemente en medio del mayor acto de desobediencia civil que un país pudiera mostrar al mundo. Desobediencia contra un Gobierno que solo se sostiene en la armas, en ese proyecto cívico-militar tan perversamente difundido por quienes hablaban de un socialismo del siglo XXI envejecido.
“Hace poco un incidente en Catia, paramilitares dispararon, hay 4 heridos de gravedad y 2 fallecidos”, escribió en la red social Twitter el encargado de la campaña de la consulta, el alcalde del municipio caraqueño de Sucre, Carlos Ocariz. El suceso fue confirmado por el Observatorio Venezolano de la Conflictividad Social.
La violencia es lo único que le queda a un Gobierno repudiado hasta el cansancio. Un Gobierno que ahora busca mantenerse en el poder con una embestida criminal de los colectivos llamados revolucionarios.
Los venezolanos salieron a votar en 559 ciudades del mundo, fuera de su país. El chavismo los expulsó. Y en la jornada del 16 de julio le contaron al mundo que fueron expulsados y quieren volver. En Quito no dudaron en esperar hasta ocho horas para ejercer su voluntad. Ocho horas.
Venezuela no quiere ser un Estado fallido, que ya lo es con todos los poderes concentrados en un partido. Con todos los poderes concentrados en un grupo. Pero Venezuela va a reconstituir su democracia con o sin la ayuda de los gobiernos de la región que se llaman democráticos. Ese fue el resultado de una jornada democrática.