Fue uno de los días más violentos que ha vivido la región, en un país convertido en violento por grupos de choque armados por el chavismo para supuestamente defender una llamada revolución bolivariana, que de revolución no tiene nada: ni ideas ni tesis ni argumentos. Que de revolución solo tiene una palabra denigrada hasta el cansancio, desacreditada ad infinitum, que ha sido totalmente vaciada de contenido…
Fue un asalto y secuestro de la Asamblea venezolana, elegida por una aplastante mayoría que no cree en los pajaritos que traen del limbo al espíritu de Hugo Chávez, ni creen en la palabrería cursi de líderes que inventan palabras para hacer más cursis sus liderazgos. Fue un asalto que dejó heridos. Fue un asalto para intimidar, para tratar de poner de rodillas a una oposición que se ha mantenido en las calles para decir basta al chavismo y su versión de revolución de lentejuelas.
Una revolución que habla por los pobres con líderes que viajan en aviones privados, con caravanas y caravanas de seguridad porque tienen miedo. Porque su revolución se sustenta en el miedo, en su miedo. En el miedo a perder sus privilegios conseguidos a costa de la pobreza de la gente. En el miedo a que los otros dejen de tener miedo.
El miedo los va arrinconando. Se sienten más solos, más vulnerables, más frágiles… Ellos sienten que en cualquier momento pueden ser traicionados y se arrinconan, compran armas, aumentan la represión con el único fin de contagiar el miedo que sienten a las personas que perdieron el miedo a su prepotencia, a su bravuconería…
Ese fue el día en Venezuela, mientras en Ecuador un sector que ha dejado el poder cree seguir en el poder con derecho a mandar a quienes fueron elegidos en las urnas. Y para dar muestras de fortaleza ahora movilizan grupos dedicados a insultar y golpear a quienes no piensan como ellos. Pasó en una demanda de un expresidente contra el periodista Martín Pallares. Pasó en mensajes más directos que indirectos en Twitter.
Para ellos, para quienes creen que solo hace falta ordenar, cualquier diálogo parte de la imposición, es parte de un escenario donde el otro acepta que está equivocado y el que tiene la verdad es él, el representante del pueblo, de un pueblo al que solo conoce en sus caravanas motorizadas. Es un diálogo monólogo que el nuevo Gobierno, al menos desde sus últimas acciones, pretende anular. Dejar por fuera de la administración pública. Es un paso para evitar instalar la violencia en un punto de no retorno. Un paso para debatir ideas y no gritar a los cuatro vientos insultos.