Lo previsto nunca es lo previsible. Los discursos de los diplomáticos daban cuenta de una supuesta condena al chavismo, pero no fue así. Todo hacía suponer que una resolución contra la brutal represión que ha dejado miles de detenidos y decenas de heridos era inminente, pero no fue así. La resolución impulsada por México que exigía la liberación de los presos políticos, el alto a la violencia y la condena a la Asamblea Constituyente, que el chavismo prevé para el próximo 30 de julio, simplemente quedó en un borrador.
Mandó el Caricom, perdió México, perdió Venezuela. Mandó el petróleo, perdió la democracia. Mandó la herencia de Hugo Chávez, Petrocaribe, una deuda por petróleo que entre República Dominicana, Haití, Granada y Antigua y Barbados suman más de $2.100 millones. El Salvador debe más de $900 millones.
La reunión mostró a un México y a un Estados Unidos ausentes de América Latina. Lejanos. Al margen. La diplomacia chavista nadó a su antojo. Lanzó brazadas y mostró que solo Venezuela podrá librarse de sus garras. El apoyo internacional ha sido nulo, como si los muertos no contasen, como si la represión fuese un invento mediático, de la Coca Cola.
El chavismo ganó en la OEA. El rostro de la canciller chavista lo decía todo. Perdió América Latina. Perdió la región. Tal vez por eso sea importante poner otra vez sobre el tapete debates que parecían ya caducos, como el del marxismo. Seguir hablando de la semilla del chavismo, del socialismo del siglo XXI, de todo eso que ha hallado en la obra de Carlos Marx una justificación para buscar el poder total, ese que crea dinastías a costa del hambre de todos.
El 90% del continente que condena la represión del chavismo no pudo con el 10% del Caribe que debe convivir con las deudas de Petrocaribe. Y todo en Cancún, en un cómodo un resort mexicano. Un día antes, un chavista con permiso para portar armas asesinaba a un manifestante de 22 años. La humanidad perdió. Queda por ver qué hace Venezuela.