Ha sido un mes de protestas. La crisis, económica, social y humanitaria de Venezuela simplemente es insoportable. Causa espanto, porque es algo que los medios controlados por el chavismo ya no puede ocultar con leyes a su medida, amenazas y sacadas del aire a canales que no gritan Patria, Socialismo o Muerte. El chavismo no puede ocultar al mundo una tragedia llamada Venezuela. Su obra más insultante y trágica. Porque insulta la razón y el entendimiento humano.
Un país que se desangra mientras su presidente baila salsa con ese cuerpo abotagado de tantas mentiras, de tantos insultos al sentido común. De tantas denuncias de corrupción que no merecen ni siquiera un comentario de las autoridades de control, de la justicia puesta al servicio de un Gobierno, no de un país ni de un Estado.
Ahora, en otra escena bufa incluso más allá de lo grotesco o lo chocarrero, el presidente Maduro llama a una Asamblea Constituyente no para hacer otra Constitución sino para supuestamente mejorar la hecha por quién le heredó el poder y que ha sido violada hasta la saciedad. Ha sido destrozada.
Una Asamblea que simplemente pretende dejar en el limbo las elecciones de gobernadores que debieron realizarse en 2016, las de alcaldes de 2017 y las presidenciales de 2018. Unas elecciones que pretenden copiar las de Cuba, que algunos en América Latina todavía pretenden llamar democráticas.
Maduro entregó a su sumiso Poder Electoral el decreto de convocatoria de la Asamblea para que determine cómo se elegirán a los 500 integrantes. No sin antes anticipar que la mitad provendrá de sectores bajo dominio del chavismo, como el programa social de las Misiones y los Consejos Populares. Y el resto saldrá de distintos sindicatos y entidades afines al gobierno. ¿Qué más Cuba? El sueño de cualquier dictador, que tiene a todo su pueblo en contra, hecho realidad.