Era lo que decía el psicoanalista Jacques Lacan, sobre la ética, en el Acta de la Escuela Freudiana de Paris, en 1964. La represión del régimen chavista no deja indiferente a nadie con una mínima honradez intelectual. Estoy hablando de los que profesan la fe de la izquierda revolucionaria. A esta hora las calles de Venezuela son el escenario de la derrota de esa fe, derrota de la praxis de la teoría del socialismo del siglo 21.
Para qué volver a hablar de la historia de la URSS, de la China de Mao, de Corea del Norte,de la Cuba fantaseada por los latinoamericanos de izquierda. Hagamos solo el sumario: capitalismo de estado monopólico e hiperexplotador – para Lenin la política es la economía concentrada – , pobreza y escasez, privilegios y riqueza burocrática, adoctrinamiento embrutecedor y represivo, un régimen policíaco infernal, la política del gran enemigo exterior para justificar todo.
El guión populista, tabla provisional de la izquierda totalitaria de hoy, la obliga a conceder un mérito a la democracia liberal. El dolor de hacerlo se alivia con una carta escondida: hacer trampa, cambiar arteramente las reglas del juego, asegurar la fidelidad del árbitro, usar la tecnología para sus fines. Decía Borges que la democracia es un abuso de la estadística. Abusar de la estadística es lo que aprendieron los populistas de izquierda, con la teoría de Laclau y los asesores de Podemos.
Nada de todo esto puede, en último término, acallar el hecho de que la izquierda en el Ecuador se ha rebajado a la indignidad y el servilismo. Solo faltaría el crimen, el asesinato, la tortura, el garrote y la bala contra el pueblo manifestante. Su aliado y consejero, su antiguo mecenas, el régimen de Venezuela ya tiene un historial de experiencias, que lo sigue aplicando, del modo más infame, a estas horas.
La condición humana no permite una brújula certera. Estamos perdidos, errantes, erráticos, como la hoja en el río que Jacques Lacan tomó como imagen de nuestra vida. Los fanáticos lo niegan y se entregan a una apuesta: socialismo o muerte. Los canallas secretamente lo saben y hacen otra apuesta: acumular riquezas y privilegios personales, y esconderlos bien.
Estamos obligados a tantear a derecha e izquierda, haciendo elecciones que nunca pueden ser cerradas. Buscando el orden sin tiranía y la libertad sin anarquía, como diría Leo Strauss. Por eso hay un lugar para la izquierda siempre. Pero tiene que ser honrada, sin dogma progresista ni revolucionario. Una izquierda liberal, crítica, que proponga y ejecute reformas que eviten lo peor. Una izquierda que crea en la palabra y no en el fusil como medio para alcanzar el poder o aferrarse a él.
Hoy veo algo que me parece un mundo al revés. Es decir al revés del mundo que yo conocí. Policías antimotines de un gobierno de izquierda, ! unidades de mantenimiento del orden “revolucionario” !, pandillas paramilitares que disparan a unos jóvenes que exclaman, como en todos los tiempos, “el pueblo unido, jamás será vencido”. No hay excusas ni absolución de la historia para los represores