Las condiciones climáticas que vive el país en términos de lluvias son las más extremas desde el Fenómeno de El Niño que se dio entre 1997 y 1998. Las perspectivas actuales son de que las lluvias intensas continúen, al menos, cuatro semanas más; Ecuador y Perú –según sus reportes- en algunos sitios han alcanzado los niveles de precipitaciones que se dieron entre 1997 y 1998, y en muchos sitios los totales mensuales han excedido hasta en tres veces su valor normal.
Lo que ahora se ha dado es un calentamiento de las aguas del océano por encima de lo normal frente a las costas de Ecuador y Perú, los peruanos le llaman ‘El Niño Costero’, pudieron haberle llamado ‘El Niño Peruano’ o cualquier otro nombre. No tiene nada que ver con lo que en Oceanografía se conoce como el Fenómeno de El Niño. De hecho, los japoneses usan el término ‘La Niña Modoki’ para referirse a un sistema que se comporta de una manera diferente.
En ese sentido, el calentamiento del agua del mar influye principalmente en el litoral ecuatoriano, pero sobre la serranía el efecto no es tan directo. En este año no ha existido una presencia de El Fenómeno de El Niño, que se lo caracteriza por índices oceánicos y atmosféricos bien definidos. Entre el 2015 y el 2016 hubo uno y produjo sequías en Australia, inundaciones en Centro América, olas de calor en Europa… entonces, se trata de un fenómeno global, por eso tiene tanta repercusión, no solamente en Ecuador y Perú. Este calentamiento que existe ahora está básicamente circunscrito en estos dos países, es un tema muy regional.
No se puede evitar que estos fenómenos se presenten, tampoco es posible realizar un pronóstico con meses de anticipación. Esto es similar a lo que ocurre con los huracanes: no se sabe cuando llegan, pero sí se puede hacer un seguimiento cuando aparecen. Lo que se puede anticipar es que una próxima temporada de lluvias puede ser más fuerte que lo normal, pero no se puede pronosticar la existencia de una tormenta.
Las lluvias y el cambio climático
Este fenómeno que ocurre en el país no es una consecuencia directa del cambio climático, pero sí tiene una relación, de hecho, uno de los efectos del cambio climático es hacer que los patrones considerados “normales” cambien y esto provoca un aumento en la frecuencia de los fenómenos meteorológicos extremos (olas de calor, frentes fríos, lluvias intensas, sequias, etc.). Es importante identificar estos cambios para establecer medidas de adaptación apropiadas.
Cuando se habla sobre el cambio climático se piensa en el derretimiento de los casquetes polares, en el aumento del nivel del mar entre 50 centímetros o un metro… eso son los cambios extremos; pero existen cambios climáticos que se los vive a diario como la variabilidad, un ejemplo de ello son las lluvias en la Costa. Hace 15 años era típico que el 31 de diciembre se reciba el Año Nuevo con el primer aguacero y ahí aumentaban las lluvias continuamente hasta que se llegaba a un pico en marzo y en abril disminuían su intensidad para terminarse en mayo. Ahora, eso ya no ocurre. A veces llueve en diciembre, otras en febrero o en marzo. Es decir, toda esta variabilidad está influenciada por el cambio climático. Otro ejemplo tiene que ver con la nieve en el Chimborazo. Hace unos 10 años, en el primer refugio se encontraba nieve, ahora muy rara vez ocurre eso y es menester llegar al segundo refugio para encontrarla.
La resiliencia climática
El concepto de resiliencia climática no es nuevo, en Latinoamérica -y en Ecuador en particular- se empieza a impulsar esta metodología y este cambio de mentalidad de que el cambio climático ya está.
Los cambios en el clima se están presentando. Lamentablemente es muy poco lo que el ser humano pueda hacer porque así deje de utilizar combustibles fósiles, igual se sentirán los efectos, ya que en la atmósfera existe una gran cantidad de CO2, de gases de invernadero que no van a desaparecer de la noche a la mañana. Se debe tener un cambio de mentalidad y conocer cómo prepararse para enfrentar estos eventos. Esto no quiere decir que no se deje de mitigar.
Cuando se habla de cambio climático se puede hacer dos grandes cosas, una de ellas trata precisamente sobre la mitigación, que tiene que ver con la reducción del gas invernadero; es decir, utilizar menos combustibles fósiles, utilizar energías alternativas. Una segunda opción tiene que ver con la adaptación; es decir, aprender a vivir con los cambios, esto es importante y eso debería ser el enfoque en Ecuador. Hay que cuidar los recursos, depender menos de los combustibles fósiles; en ese sentido, es positivo el planteamiento de cambiar el uso de la energía termoeléctrica por la hidroeléctrica.
Ahora se habla mucho de construir ciudades que tengan una ‘resiliencia climática’, lo que implica varias cosas como: aprender a vivir con cambios e incertidumbre, aprender de las crisis y desarrollar estrategias para hacerles frente; tener una diversidad de instituciones para responder al cambio y que funcionen de una manera coordinada; combinar diferentes tipos de conocimientos para el aprendizaje, por ejemplo, mejorar la capacidad de monitorear el ambiente y la de gestión participativa y crear oportunidades de auto-organización y vínculos entre las diferentes escalas como la creación de una estructura de gobernanza de varios niveles y el desarrollo de la capacidad de auto-organización de la comunidad.
No solo hay que pensar en adaptarse a los cambios climáticos, sino también hay que aprender a conservar los recursos. La sociedad aún no es consciente de la necesidad de ser más racional en el uso de recursos como el agua, la alimentación, el reciclaje. Precisamente el reciclaje no está presente en la forma de vida de los ecuatorianos, pero en otros países está muy arraigada y son cosas en las que se deberían pensar en serio.