El llamado socialismo del siglo XXI es un experimento inaugurado en América Latina por Hugo Chávez, pero que no llegó a implementarse al 100 por ciento, por lo tanto sería un error decir que es un proyecto en extinción como lo ha calificado la Fundación Internacional para la Libertad.
No podríamos decir que está en extinción, porque nunca llegó a consolidarse; es decir, ese experimento está siendo borrado antes de que llegara a implementarse en su totalidad.
El error de ese llamado socialismo del siglo XXI es que tiene sus bases y fundamentos en el Socialismo, un modelo político-económico fracasado en el mundo entero. No se puede crear un nuevo modelo económico a partir de otro fracasado.
El segundo error es que se intentó implementar con líderes que se asumieron como caudillos. Ellos pretendieron implementar en la sociedad a la fuerza sus conceptos y valores personales, a cuenta de que dirigen una revolución. Son experimentos que nacieron de la ideología de una sola persona, ni siquiera de un conjunto de líderes.
Cuando este líder único deja de tener protagonismo, el modelo que se pretendía instalar muere por sí solo. Tenemos el caso del chavismo, en Venezuela. Con la muerte de Chávez no apareció un sucesor que pudiera tener su mismo protagonismo, por lo tanto se fueron dilatando sus bases ideológicas.
El modelo comenzó a mostrar sus costuras y debilidades y eso produjo una ruptura de la sociedad, una división en la sociedad. Igual cosa ocurrió en Argentina con el kirchnerismo, cuando salió de escena Néstor Kirchner; lo mismo en Brasil, al dejar el poder Lula Da Silva. Una situación similar pasará en Bolivia, cuando Evo Morales dejé el poder. Y lo mismo pasará en Ecuador, cuando Correa termine su intervención en la política y la economía.
El proyecto del socialismo del siglo XXI nunca fue pensado como un modelo político y económico sólido, sino más bien como una ideología que en la práctica tomó un crisol diferente, unas características específicas, según la personalidad del líder que lo impulsaba.
El correísmo, por ejemplo, tomó la bandera del socialismo del siglo XXI, pero para diseñar su propio modelo político, económico y social. En Venezuela no se instaló ese experimento como tal sino que un líder, Hugo Chávez, recogió algunos de sus principios para desarrollar su modelo propio, el chavismo. Igual pasó en Argentina, Bolivia y Brasil.
Las diferencias entre estos proyectos políticos solo estaba dada por la forma como se financiaron. En el caso de Ecuador fue con el petróleo. Con los ingresos extraordinarios del petróleo se habló de la redistribución de la riqueza, pero sin crear riqueza. Cuando el Estado dejó de ser rico y el Gobierno se quedó sin riqueza para redistribuir debió buscar financiamiento externo, deuda pública para tratar de mantener a flote su modelo.
El llamado socialismo del siglo XXI siempre se ha sostenido en los commodities, en las rentas extraordinarias de un Estado. En el caso de Ecuador y Venezuela, el petróleo. La diferencia estaba en que que Ecuador todavía tiene un sector productivo sólido y un ambiente profesional más sólido, por lo tanto no requería la ayuda extranjera. En el caso de Venezuela no y eso ha facilitó mucho la intervención de Cuba.
El lado flaco del socialismo del siglo XXI siempre fue el cómo se implementó. La única riqueza que pudo redistribuir fue la de los ingresos extraordinarios del Estado. Una diferencia muy grande, por ejemplo, con la socialdemocracia de los países escandinavos, donde se redistribuye una riqueza conseguida por el país en general con un sector productivo fuerte que atrae inversiones. En una sociedad que produce hay riqueza para redistribuir.
En el caso de los países de América Latina, donde se ha tratado de instalar ese proyecto ideado por Hugo Chávez, ha sido notorio que cuando se acabaron los ingresos extraordinarios del Estado se acabó la redistribución de la riqueza y el sistema comenzó a tambalearse.
Pero siempre existe el riesgo de que cuando un Estado vuelva a recibir ingresos extraordinarios por sus commodities un líder carismático intente revivir el fracasado experimento con el financiamiento de ayuda social a los sectores más vulnerables.
Y la única manera de evitar que eso ocurra otra vez es con la educación. Es necesario educar a la población sobre cuál es la base y el sustento del desarrollo económico de un país y crear conciencia de que ese está muy ligado al desarrollo de cada persona.
Una persona no puede progresar si es que el país no progresa y, viceversa, el país no puede progresar si no progresa cada uno de sus ciudadanos. Es necesario lograr un equilibrio entre lo que es respeto al individuo y el respeto a la sociedad.
Por eso, si el domingo 2 de abril existiera un cambio en el modelo de Gobierno, con un triunfo de Guillermo Lasso, no sería para ir a un modelo donde el capital esté por sobre el individuo. Lasso representa otro modelo, pero con bases de libertad, de respeto al individuo. No se va a regresar al neoliberalismo de los años noventa, que incubó el chavismo, el kirchnerismo, el correísmo… Eso es imposible, porque hay derechos conquistados por una sociedad que ha evolucionado a tal punto que no podría regresar al pasado.
No es que con un cambio de modelo en Ecuador el capital va a predominar sobre la persona, es la libertad la que va a predominar sobre el totalitarismo. Vamos a tener mayor libertad, sin olvidarnos de la justicia social.
El socialismo del siglo XXI, chavismo, correísmo, como quiera llamarse, ha demostrado ser un sistema insostenible, por eso va a terminar más temprano que tarde, porque los Estados en donde todavía persiste se quedaron sin recursos. América Latina no estaba preparada para ese experimento, porque no tenía los suficientes recursos para distribuir sin perjudicar la producción.
Primero hay que crear riqueza para redistribuirla y América Latina no la tenía; la riqueza que tenía era extraordinaria y esa es momentánea, circunstancial que no alcanza para sostener un modelo socialista…