Un debate presidencial no es una obligación para los candidatos a la Presidencia porque no está incluido en ninguna ley y menos aún en la Constitución ni de Francia ni de Estados Unidos ni la de Ecuador. No es un mandato de ley, por eso será siempre destacable que instituciones como la Cámara de Comercio de Guayaquil haya organizado uno en Guayaquil al que no fue el candidato Lenin Moreno, tal vez porque su equipo de campaña consideró que al representar un porcentaje importante de votos no tenía por qué ir a discutir con alguien que representa el 0,5% de las intenciones del voto.
Puede haber varias razones para que uno o algunos aspirantes se nieguen a participar en los debates. La primera es que no es obligatorio. Aunque ahora en muchos países los debates se han vuelto parte del panorama electoral. Algo que es necesario organizar y al que los candidatos deben asistir.
El primer debate que recuerdo en Estados Unidos, por ejemplo, fue entre Kennedy y Nixon; en Francia, el primero fue en 1974 entre el candidato de derecha Giscard d’Estaing que en la segunda vuelta se enfrentó con François Mitterrand.
Ahora hay más debates que antes en varios países, porque también se organizan entre candidatos de una misma tendencia, para escoger en las primarias a los postulantes de la izquierda y la derecha. Es decir los debates no se dan solo entre candidatos presidenciales sino entre precandidatos.
En Europa o Estados Unidos el debate se ha vuelto un momento visualmente simbólico de lo que debería ser un proceso democrático. Uno en el cual hombres y mujeres se presentan frente al pueblo, frente a las cámaras, para confrontar sus ideas y sus planes de trabajo. Es uno de los pocos instantes en el que todos los candidatos comparecen ante la gente.
En Ecuador ahora estamos viendo campañas electorales que no son las que yo recuerdo cuando llegué al país en 1989, cuando todavía había mítines en las plazas. Candidatos que llenaban la plaza San Francisco, por ejemplo.
Las campañas hoy día no logran organizar esos grandes mítines. Tal vez porque los candidatos ya no son capaces de llenar las plazas. Hoy solo se ve gente con las banderas en las calles y mucho uso de las redes sociales.
Por eso el debate ha pasado a ser uno de los momentos de la campaña en el que, por lo menos una vez, la gente discute sobre las diferentes propuestas. Y hasta puede tener una cierta utilidad, pero no para todo el mundo.
Un debate no va a ayudar a que cambie de opinión una persona que ya tiene decidido el voto. Por ejemplo, en el caso del último organizado por la Cámara de Comercio de Guayaquil, al que no asistió el candidato de Alianza País, a la gente que va a votar por el Gobierno poco le importa que Lenin Moreno haya decidido ir o no. Eso no va a cambiar su punto de vista.
El debate sí puede ayudar a cambiar el punto de vista de los indecisos. El de la Cámara de Comercio puede que haya ayudado a decidirse a algunos que estaban entre votar por Guillermo Lasso o Cynthia Viteri, que se había presentado muy agresiva.
En las anteriores elecciones presidenciales en Ecuador, por ejemplo, habría sido absurdo pensar que un debate llegaría a cambiar el escenario político, porque había un candidato-Presidente con más del 50% de apoyo. Ahora las cosas han cambiado para el oficialismo. La situación económica es mucho más difícil y se nota una dicotomía entre lo que siente la gente en sus finanzas personales y el mensaje de la Secom de la década ganada y de que todo está bien en el país.
Los debates en el mundo solo a veces han logrado cambiar una tendencia electoral, por una oración, alguna reflexión que no pegó, la manera de presentarse, la seguridad que debían transmitir los candidatos. Hay ejemplos de eso. En Estados Unidos Gerald Ford perdió uno con Jimmy Carter por decir que la influencia de Rusia en Europa del Este no era tan grave como se la presentaba. Eso le costó muchísimo.
Un debate mal preparado, mal desarrollado, mal estructurado puede tener consecuencias negativas sobre un candidato con altas intenciones de voto y, por el contrario, sumar puntos al candidato pequeño que no tiene nada que perder, pero le fue bien por cualquier circunstancia.
El debate se ha convertido en parte del simbolismo de un proceso democrático. Pero, al menos en Ecuador, se ha llegado al límite de su efectividad. Por el número de candidatos en escena será siempre complicado debatir ideas o propuestas dando a cada uno un minuto y medio para hablar de determinado tema. Un debate es efectivo entre dos o tres candidatos.
Los debates Donald Trump-Hillary Clinton fueron muy seguidos en Estados Unidos porque el formato era distinto. La gente estaba muy atenta, no tanto sobre lo que van a decir, sino sobre cómo se van a comportar, cómo se van a dar la mano, qué cosas van a sacar a relucir. Es lo que trató de hacer Cynthia Viteri cuando increpó a Lasso sobre el despido de gente del Banco.
A nivel de efectividad un debate con menos gente funciona mejor. En Ecuador, en los de la primera vuelta lo ideal sería buscar nuevos formatos para evitar una serie de monólogos.
Un debate debería ser seguido y acompañado por un fact checking, el chequeo de datos, pero en ese momento. No hay que inventar el agua tibia. Por ejemplo Lasso dice: voy a crear un millón de empleos. Chequeamos eso.
En el debate deberían existir equipos para chequear cuando un candidato promete o dice algo. Y los datos deberían ser confrontados en ese mismo espacio. Candidato X: usted acaba de decir tal cosa y hace dos años decía lo contrario, ¿por qué?, ¿qué pasó? Si los candidatos saben que sus declaraciones van a pasar un chequeo de datos se van a cuidar de decir muchas cosas.