Primero, los debates en el Ecuador no son obligatorios pero hay países en América Latina donde sí lo son como en Chile, Colombia, Paraguay, Brasil, Panamá, México y Uruguay. No obstante en Ecuador sí existe una costumbre de realizarlos. El éxito o fracaso depende mucho de quién lo organice, porque siempre uno u otro candidato podría pensar que puede ser un foro parcializado a favor de otro. También está el hecho de que los organizadores no pudieran ser totalmente objetivos.
Siempre alguien puede sospechar que el debate puede inclinarse a favor de alguna candidatura. Me parece que esa pudo ser una de las razones por las que el candidato oficialista se rehusó a asistir al debate organizado por la Cámara de Comercio de Guayaquil. Eso por un lado, pero por otro, este tipo de foros no son organizados de forma constante en el país en gran parte por falta de una institucionalidad sólida. Y eso hace que la ciudadanía no le otorgue la importancia debida cuando se los organiza.
Uno de los problemas con estos foros en los procesos electorales de Ecuador ocurre sobre todo en la primera vuelta. Cuando uno piensa en un debate se imagina dos candidatos de distinta tendencia, porque ahí todo se vuelve mucho más personalizado y es posible los dos confronten sus ideas y propuestas con mayor profundidad.
El último debate de ese tipo ocurrió en las elecciones de 1984 entre Rodrigo Borja y León Febres Cordero. Ese fue un debate mucho más ideológico también. Pero ahora hay ocho candidatos a la Presidencia en la primera vuelta, lo que vuelve díficil que ahonden en los temáticas más importantes en la coyuntura electoral.
Los debates pueden servir como guía a los votantes, pero todo dependerá la manera en que se los aborde. Creo, por ejemplo, que los últimos debates que hemos tenido aquí en el país, con muchos candidatos, han sido muy superficiales. Solo ha sido un escenario para que los aspirantes a un cargo público vayan y repitan las mismas propuestas y estribillos que las pasan en un spot de radio o televisión, cuando hacen marchas, cuando dan entrevistas o cuando dan sus discursos. No se ha logrado darle una vuelta al debate, no ha sido aprovechado todo el potencial que puede ofrecer.
Los debates más que para discutir propuestas han servido solo como plataforma donde los candidatos tratan de acercarse a sus audiencias y las preguntas que se hacen generalmente no están pensadas para profundizar en temas de interés para la comunidad.
Lo lógico sería que si un candidato constantemente ha dicho que va a dar empleo o va a arreglar la economía ya en un debate diga cómo. En un spot tal vez no puede explicar exactamente cómo lo va a hacer, pero en un debate sí. Ahí tiene la oportunidad de hacerlo, de profundizar sus ideas y planes de Gobierno.
Los debates también deben servir para conocer a los candidatos, de qué rama ideológica son, cuáles son los derechos que defienden: (…) Pero también para que haya ese enconar entre ellos donde la audiencia pueda medir su espontaneidad, cómo reaccionan en determinadas circunstancias y sin tener un discurso totalmente preparado. Además sirve para que respondan preguntas de la audiencia.
En Ecuador hace falta que los debates sean mucho más ideológicos. Si solo van a repetir lo que dicen todos los días en la televisión o en las redes sociales, ¿qué sentido tiene?
En el debate de la Cámara de Comercio de Guayaquil, por ejemplo, faltaron muchos temas y casi todo fue una repetición de los que estaban en la palestra, los populares, como la crisis económica, el empleo, algo de educación, y no se tocaron los de medio ambiente, los sociales; muchos temas de salud quedaron al margen al igual que los ideológicos, de los partidos a los que representan. Hubo una repetición de las cosas que han dicho desde el inicio de la campaña.
De ahí cabe preguntarse, ¿para qué los debates?, ¿son necesarios? Si vamos a tener debates como los últimos, ¿para qué? Todo va a depender de la calidad, porque de lo contrario no cumplen la función, que es acercar a los candidatos a la ciudadanía.
Los últimos debates en el país han sido muy superficiales comparados con otros, como el de Rodrigo Borja y León Febres Cordero. Si no es posible garantizar la calidad del debate, no creo que sea necesario volverlos obligatorios por ley.