Zygmunt Bauman no estaba conforme con la modernidad líquida, una sociedad individualista y despiadada, en la que ya nada es sólido. Ni el Estado-nación, ni la familia, ni el empleo, ni el compromiso con la comunidad. Donde todo es pasajero y válido hasta nuevo aviso.
El sociólogo y filósofo sufrió la persecución, las purgas, el exilio, pero fue uno de los más influyentes observadores de la realidad social y política del mundo contemporáneo; un inconforme con la superficialidad dominante en el debate público. El precariado es el nuevo proletariado, según su punto de vista. Como en la Escuela de Frankfurt, desconfiaba del activismo del sofá. De las redes sociales actuales, en un mundo contemporáneo o desmoderno.
Zygmunt Bauman creía que el diálogo solo se produce en las interacciones con los diferentes, y no en las zonas de confort. Su Modernidad líquida fue editado en el año 2000, el mismo año en el que vio nacer en Seattle al movimiento de protesta contra la globalización.
Su mayor contribución al debate público tal vez fue su reacción contra la posmodernidad, porque consideraba que la esfera pública seguía siendo el escenario donde se confesaban y exhibían las preocupaciones privadas; un mundo del fin del compromiso mutuo; un mundo de asesores opacados por los líderes. Fue un pesimista que escribía para agitar.