¿Quién perdió en el debate organizado por la Cámara de Comercio de Guayaquil el miércoles 25 de enero? Nadie. Todos los candidatos, en sus llamados cuartos de guerra, de seguro se felicitaron, mientras puertas afuera, en el electorado, las dudas crecían como bola de nieve.
Noventa segundos son suficientes para desbaratar cualquier argumento o acusación cuando esa está fuera de toda lógica, pero ese no fue el guion usado. La lógica fue prometer en algunos, siguiendo las normas de Carreño. Descalificar en otros, porque lo importante es llegar.
Hubo un ausente en la noche del miércoles, el candidato del oficialismo que ha ofrecido ir a otro foro, pero no a debatir sino a conversar, a hablar del futuro, de la esperanza, no del pasado, como si el pasado no nos involucrara a todos.
El número de indecisos todavía es alto. Es algo en lo que sí coinciden las encuestadoras. El tablero electoral se mueve, ¿para qué lado? Nadie lo sabe tampoco, pese a que pareciera que todos los supieran. El país vive un capítulo dentro de una historia, como ese Informe para ciegos que se introduce en una novela de Ernesto Sábato, Sobre héroes y tumbas.
¿Por qué? Porque es mejor creer en las conspiraciones de los ciegos que venden estampillas en las afueras de las iglesias que aceptar nuestros errores.