Acantilado ha reunido los ensayos completos y conferencias sobre la música de Alfred Brendel (Vízmberk, 1931), pianista, poeta y escritor austriaco, el primer intérprete en completar la grabación de las sonatas para piano de Beethoven, que ha tocado durante 60 años por todo el mundo. Diario El Mundo lo ha entrevistado, aquí una reseña de esa conversación.
Usted sostiene que la música clásica tiene sentido del humor, ¿puede Haydn hacernos reír?
Sí, hay algunas obras en las que deberíamos reír o, por lo menos, sonreír. No sólo en Haydn, también en Beethoven, ambos tenían una vis cómica muy explícita.
En el libro afirma que Mozart no es de porcelana ni de mármol ni de azúcar.
Sí, pero eso no lo decía por hacerme el gracioso, es un hecho científico demostrado, ¿eh? Esa frase era una forma de decirme a mí mismo qué es lo que no debía hacer con Mozart.
¿A eso se refiere cuando dice que el Mozart demasiado poético merece desconfianza?
Yo admiro mucho la poesía de la música, pero no debe ser el único objetivo. Si de forma constante eres poético es como estar sentado en una sauna, al final necesitas abrir las ventanas para que entre aire fresco.
También anima a los músicos a rellenar los huecos dejados por el alemán.
Eso es particularmente necesario en algunas obras de Mozart en las que apenas se prescribe nada de la dinámica de la partitura. En esos casos sí que hay que rellenar el hueco. Pero ojo, hay que hacerlo al estilo de Mozart, no en el propio.
Usted defiende que aunque el concierto haya sido declarado muerto hace tiempo, sigue siendo el verdadero lugar de los hechos, a pesar de Glenn Gould.
Eso es lo que decía Gould. Creo que por mucho talento que tuviese, era una persona contradictoria. Discrepo con muchas de sus declaraciones, no creo que lo diga sea el evangelio. Los conciertos siguen celebrándose en auditorios con muy buena acústica, que es como deben ser. Con personas que están allí sentadas, en silencio. Gould desarrolló una especie de paranoia, se retiró de los conciertos. A él le gustaba mucho contradecir. Por ejemplo: a veces hacía lo opuesto a lo que los compositores apuntaban en la partitura.
Era un rebelde.
Sí quieres llamarlo así… si interpretas la pieza de un gran compositor tienes cierta responsabilidad, la obra está ahí y tienes que respetarla. Ese es el primer principio. Si el compositor es el padre de la obra, por así decirlo, tienes que querer al padre, no odiarle.
¿Prefiere la tensión, la espontaneidad y el riesgo del concierto al método y la reflexión de la grabación?
Me gustan los dos formatos, no tengo un favorito. La ventaja de lo que llamamos grabaciones de estudio es que puedes escuchar y reaccionar a lo que has tocado, puedes mejorarlo. Mientras que en un concierto tienes que seguir, tirar para adelante. Eso es un riesgo, pero también una ventaja.
¿Pero ese grado de perfección en las grabaciones no puede llevar a cierta esterilización en la interpretación?
La gente se ha acostumbrado a una ejecución perfecta. Antes, a veces ocurría un error, pero no era importante siempre que el todo de la obra fuera convincente. Yo crecí con esa generación. Y algunos de los artistas que más he admirado eran de ese tipo. ¿Sabes ese tipo de personas que tienen la obsesión por lavarse las manos todo el rato? Tocar el piano no debería ser algo parecido. No debe convertirse en una obsesión.
¿Un concierto memorable deja una mayor huella que un disco memorable? Usted sostiene que la música tiene algo de corporal en su naturaleza.
Sí, pero una grabación memorable tiene la ventaja de que la puedes escuchar más veces. Y eso es extraordinario, el poder ir escuchándola a lo largo de los años y desarrollar un vínculo con ella.
En una de las entrevistas que recoge el libro afirma que le molesta el aplauso del público porque éste acepta lo bueno y lo malo con alborozo semejante.
Bueno, es que hay muchos tipos de público, no existe sólo uno. Si eres un artista de cierto talento, es fácil que desarrolles un público a escala internacional. Pero también hay intérpretes que pueden no gustarme y sin embargo, tienen su público. Puede que seas muy conocido y que la gente vaya a tus conciertos dando por sentado que si eres una persona tan famosa es porque debe haber algo extraordinario en ti.
¿Cuáles son sus compositores favoritos?
La música alemana, todo lo que hay entre Bach y Schubert. También admiro mucho a Haydn, a quien a veces se ve como un eslabón para llegar a Mozart o Beethoven. Se le ha arrinconado, pero yo le veo como un genio. Para mí fue un placer tocar una docena de sus mejores sonatas para piano. Y durante mucho tiempo hice todo lo posible para defender a Liszt, me parecía un incomprendido. Como personalidad, me parece admirable: era generoso, filántropo y no se vendió.
Cuando escucha música, ¿se imagina algo?
No soy del tipo que ve colores o paisajes, aunque soy una persona muy visual. Hubiera sido interesante saber qué se imaginaban algunos compositores, aunque dudo que me hubiera ayudado a entender su música mejor.
¿Algún compositor que no le guste?
Mi particular triángulo de las Bermudas está entre Puccini, Rachmaninov y Lehár.
Cuando tocaba, ¿se ponía mucha presión sobre sí mismo?
Ha habido intérpretes mucho más torturados que yo. Con eso no quiero decir que sea un viva la virgen, pero iba muy preparado y sabía que estaba intentando hacerlo lo mejor posible. No siempre quedaba igual de satisfecho, claro. A veces muy poco, de hecho. Pero para mí tocar siempre ha sido una gran oportunidad para ir construyendo a lo largo de los años nuevas interpretaciones, para generar una nueva cadena de experiencias . Y eso también sucede ahora. Llevo ocho años sin tocar ante el público, pero en mi mente sigo tocando, sigo trabajando sobre las mismas obras.