La figura de Sixto Durán Ballén, como la de cualquier otro político, tiene sus altos y sus bajos; pero sin duda, el ex presidente tiene dos momentos estelares en la historia del país. El primero es importantísimo y tiene que ver con la historia de la democracia ecuatoriana a partir del Plan de Retorno ..
Cuando el país trataba de volver a la democracia, tras un largo y costoso proceso para que los militares entreguen el poder a un Estado de derecho, fue gracias a Sixto Durán Ballén que el proyecto pudo seguir adelante. En las primeras elecciones , tras la dictadura militar, sorpresivamente en la primera vuelta había ganado Jaime Roldós Aguilera .Fue un triunfo espectacular, pero para muchos sectores inesperado; en segundo lugar, quedó Sixto Durán Ballén y en tercer lugar el Doctor Raúl Clemente Huerta.
Hubo mucha presión sobre esas elecciones, porque en esos momentos, en la historia del continente nuestro, los golpes de Estado eran cosa casi corriente y conseguir que los militares entregaran el poder no resultaba tan sencillo como parecía.
Algunos sectores militares y civiles llegaron, incluso, a pedir a Sixto Durán Ballén retirara su candidatura para dejar solo a Jaime Roldós y así, de alguna manera, desestabilizar el proceso electoral .
Sixto Durán Ballén se negó, a pesar de que sabía que las ventajas de Jaime Roldós eran mayores y era prácticamente invencible en una segunda vuelta electoral. sin embargo , decidió acompañar todo el proceso de retorno a la democracia hasta el final. Fue un paso fundamental para que el país volviera a tener un Estado de Derecho.
El segundo momento estelar, del que fue protagonista ocurrió durante el conflicto del Cenepa en la guerra con el Perú, donde lideró la movilización ciudadana con respecto a nuestra soberanía territorial. Fue cuando expresó la famosa frase que ha pasado a la historia: “Ni un paso atrás”, y no dimos ni un paso atrás y eso fue muy importante. Lo dimos con el acuerdo de Brasilia que obligaba a las tropas ecuatorianas a retirarse de Tiwinza.
Sixto Durán Ballén se convirtió, en esos momentos tan difíciles y tan complejos de nuestra historia territorial, en un representante de la unidad nacional; logró juntar en el Palacio de Gobierno a ex presidentes que no se saludaban, que no se podían ver y que se habían insultado toda la vida. Ahí estuvo Oswaldo Hurtado, Rodrigo Borja, León Febres Cordero. El presidente, en un momento crítico de la República tuvo la facultad, la capacidad, la convocatoria para juntarlos.
Sixto Durán Ballén, y esto no hay que olvidarlo porque es clave en la historia del país, fue también el primer Presidente que reconoció la vigencia del Protocolo de Río de Janeiro, pese a que siempre había sido calificado como írrito, que había sido impuesto por la fuerza, que era nulo y tantas otras cosas. Pero el Protocolo había sido firmado por el Ecuador soberanamente, aunque bajo la presión de Estados Unidos y de todo el Continente, en plena Segunda Guerra Mundial, y, además, ratificado por el Congreso.
Sixto Durán Ballén no volvió sobre el discurso de que el Protocolo era una traición de Arroyo del Río o del excelente canciller Tobar Donoso, sino que lo reconoció y utilizó el mecanismo de los países garantes para que ellos pudieran intervenir de pleno derecho y así iniciar un proceso de negociación que culminó con la paz firmada y ratificada por el Ecuador en Brasilia, en el gobierno de Jamil Mahuad.
Ese es el mayor legado de Sixto Durán Ballén al país. Un hombre con visión, una virtud que ya la había mostrado como alcalde de Quito, incluso con regímenes dictatoriales. Ahí fue un impulsor y un visionario para un Quito del futuro. Fue muy criticado por hacer la avenida Occidental y los Túneles, que hoy son claves para la movilidad en la ciudad. Fue un hombre que sí tuvo visión de futuro y fue protagonista de bastantes hitos en la historia del Ecuador.
Como Presidente, en un país como el nuestro, en una historia como la nuestra, por ejemplo, el recibir la posta de un Estado de Derecho y entregarla al sucesor legítimamente elegido, ya es bastante significativo.
No fue un modificador de la democracia, sino fue un hombre que se sujetó a las reglas de la democracia y cuando tuvo que hacer uso de sus facultades presidenciales, como ocurrió en el conflicto con el Perú, no lo dudó. Eso, sin duda, es un hecho muy trascendente.