En el Zagreb Arena, por varios pasajes, fue un reducto netamente argentino. En este estadio el deporte argentino escribió una de sus páginas más gloriosas, reseña Clarín. La Copa Davis viaja a Argentina por obra y gracia de un grupo que llegó con argumentos sencillos y contundentes: un tenista exepcional y un equipo monolítico.
La gente puso lo suyo. Se encontró con un público igual de fervoroso, que fue levantando temperatura en la medida en que sintió que perdía protagonismo.
Hubo cruces verbales entre croatas y argentinos y hasta algún puño al aire, pero todo terminó con aplausos de reconocimiento y hasta intercambios de camisetas. No era un fin de semana para pelearse, sino para ser actores de una serie inolvidable.
Leonardo Mayer, Guido Pella y Juan Martín Del Potro. Son héroes de esta historia los ayudantes, el encordador, el masajista, los dirigentes. Los tres integrantes del cuerpo técnico. Todos los que se abrazan y lloran y se acercan a tocar y a besar la Copa tan esquiva.
Son casi las diez de la noche en Zagreb cuando los argentinos, ya los únicos habitantes de la tribuna ubicada detrás de los bancos, delira con el delirio de sus jugadores. Los nombran de a uno y les ruegan que se acerquen para una foto más, para la penúltima selfie, para un autógrafo…
Llega el momento de la premiación. Y son los propios tenistas quienes advierten que Viviana Gentile, la jefa de equipo, se ha quebrado y es puro llanto. Y allí van a arroparla.
Los jugadores croatas, que un rato antes habían recibido uno por uno el abrazo y el consuelo del mismísimo Del Potro, se acercan tímidamente al lugar para recibir ese premio que nadie quiere recibir, aunque rechazar medallas, se sabe, esté mal visto.
Y la vuelta olímpica, con el court iluminado y el resto en penumbras. Y una formación circular, para escuchar alguna arenga íntima, para recordar aquello que se habían propuesto. Y el reparto de remeras y galeras con la inscripción ”Campeones 2016”, las que siempre conviene tener bien guardadas, por las dudas.