Clara tiene 65 años, es viuda y disfruta a pleno de su retiro frente a la playa en la ciudad de Recife, gracias a los 5 pisos que le permiten vivir de los arriendos y una prolifera vida de periodista que además, le otorga cierto prestigio social. Sin embargo, la voracidad inmobiliaria –enemigo silencioso de los pueblos de América Latina- interrumpirá su agraciada vida y la enfrentará a sus contradicciones.
Eso es lo que cuenta Aquarius, el segundo largometraje de ficción de Kleber Mendonça Filho, quien nació en esa ciudad, al punto que la adoptó como eterno set de filmación, luego de Sonido de Barrio, estrenada en más de 40 países e incluida en la lista de las 10 mejores películas de The New York Times en 2012, y los cortometrajes Recife Frío (2009) y Noche de viernes, mañana de sábado (2007), entre otros trabajos. Aquarius se presentó a sala llena en el Festival Internacional de cine de Mar del Plata, con una Sonia Braga que seduce.
El director de 48 años marcó el regreso de los directores brasileños al Festival de Cannes y cosechó numerosos elogios. Desde ahí, la película se disparó en todo el mundo, al punto que Netflix ya adquirió los derechos para incluirla entre sus ofertas en 2017 y cuenta con cuatro nominaciones a los premios Fénix del cine iberoamericano.
Clara es la última residente de Aquarius, un edificio original de dos pisos construido en 1940 en la Avenida Boa Viagem, una zona de clase alta junto al mar en Recife. Todos los departamentos vecinos ya han sido comprados por una compañía que tiene otros planes para ese lote; una firma que en forma paradójica se llama Bonfim.
La mujer, que le ha ganado a un cáncer de mama, resistirá una suerte de desalojo psicológico implementado por la compañía. Lo que resulta es una suerte de guerra fría, una confrontación que resulta ser una disputa entre dos estilos de vida distintos: de un lado, la vida contemporánea, marcada por el consumo ostentoso; del otro, la que promulga un sentido de comunidad.
Clara se verá enfrentada en sus contradicciones, marcadas por el pleno respeto de su libertad y, al mismo tiempo, por sus propios refugios burgueses y el simple acceso al confort del que goza, ya sea para que otra mujer haga las tareas de la casa, como para satisfacer algún deseo sexual.