Un proceso electoral en países tan polarizados como el Ecuador siempre ha mantenido la figura de una manzana partida. Una parte de la manzana corresponde al candidato del régimen o Gobierno de turno y la otra, en el caso ecuatoriano, a una gran fragmentación en las principales figuras que optan por la Presidencia de la República.
Si se observa lo ocurrido en procesos electorales de otros países se puede ver que la polarización ha mantenido las dos mitades intactas. Por ejemplo, en el caso de Argentina salieron ocho candidatos, pero todos sabían que solo había dos. Finalmente el señor Macri le ganó al señor Scioli con una estrecha diferencia de 300 mil votos, el 1,8% que para el universo electoral de Argentina es muy significativo. Son dos mitades que se han expresado.
Si vamos al caso de Venezuela es igual. Ahí tenemos el gran triunfo legislativo de la Mesa de la Unidad frente el chavismo. La Mesa ganó ampliamente porque alcanzó 112 escaños legislativos y el chavismo un porcentaje mucho menor del que tenía. Y vayamos a lo más reciente, al caso de Colombia. La diferencia entre el voto del No y el Sí es muy pequeña. No llega al 2% a favor del No.
¿Qué pasa en Ecuador? En el país no se da esta bipolaridad, pese a la polarización política que existe porque por un lado vemos un Gobierno fuerte, pero al frente solo hay un gran número de opositores que, por la misma fragmentación, carece de oportunidades ciertas de ganar la Presidencia.
La causa de esta fragmentación está muy relacionada con la desaparición de los partidos políticos que estaban activos desde la época del retorno a la democracia. Pero también con un fenómeno muy particular. En toda la estructura de los partidos y movimientos políticos del Ecuador predomina mucho el caudillismo. Y una de las grandes características del populismo en países como el nuestro es que no son fecundos, no forman relevos, se agotan con el líder.
Por ejemplo, los candidatos del Partido Social Cristiano y de la Izquierda Democrática nacieron a última hora y no de los movimientos partidarios, sino de grupos que se juntaron. No son los partidos. Son varias coaliciones ligadas. No hay la estructura partidaria detrás de esas figuras.
En estas condiciones, la lógica impone que si el Gobierno no gana en la primera vuelta, que puede ganar por la fragmentación, estarán en la segunda vuelta uno del oficialismo y uno de los tres de la oposición, cuando lo ideal hubiese sido que el Gobierno tenga un candidato y la oposición otro, en la primera y en la segunda vuelta como sucedió en Argentina.
Uno de los problemas de los partidos y movimientos de la oposición es que, como no tienen candidatos a la Presidencia fuertes, están mirando a la Asamblea. Han dicho: voy a tener mi propia bancada hasta que las cosas mejoren. Porque todavía hay que ver cómo se desarrolla el nuevo Gobierno con la situación económica gravísima que va a heredar.
Y la máxima aspiración del Gobierno también será tener una buena bancada en la Asamblea, porque pensar que va a repetir esos 100 escaños que ha tenido hasta ahora es matemáticamente imposible. Va a haber un Parlamento muy fragmentado en el cual el bloque del Gobierno puede ser el más importante, aunque no tendrá la mayoría de las dos terceras partes que ha mantenido hasta el momento.
De ahí que los membretes de centroizquierda y derecha en los que se cobijan la oposición, en este momento, es poco funcional. No significan nada, tanto es así que ni siquiera son los partidos de centroizquierda y derecha los que participan en el proceso electoral. Intervienen coaliciones, tan solo microcoaliciones que pretenden enfrentar al candidato oficial de un Gobierno fuerte todavía.