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El periodismo bajo sospecha

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No es nuevo. Siempre lo ha estado. Bajo vigilancia. Es incómodo al poder, a todo poder, desde las élites llamadas culturales hasta las políticas pasando por las económicas. El cuestionamiento es simple: ¿por qué interrogas?, ¿por qué preguntas?, ¿por qué no aceptas lo que yo digo?, ¿por qué estás en mi contra si yo solo estoy con la gente, con los millones de necesitados, de los descamisados que necesitan escucharme y sentir un aliento de esperanza?

El periodismo como caja de resonancia. Un parlante al que se sube y baja el volumen. Los tiempos modernos y antiguos han reclamado un periodismo sin intermediarios, esa caja de resonancia. Un periodista que no haga preguntas, que no argumente, que no dude. Que sea leal con cualquier cosa.

Los tiempos electorales son los mejores para mostrar como el poder, cualquier poder, quiere arrinconar, amedrentar, crear la ficción de una guerra donde solo hay bandos; no hay ideas, no hay debates, no hay conversaciones, solo discusiones en las que gana el que habla más alto y tiene el poder para levantarse e irse.

Espejito, espejito dice el cuento de los hermanos Grimm. Y la respuesta del espejito es el ideal del periodismo en los tiempos modernos, donde el debate pretende ser reducido a: Yo tengo la razón. El otro No.

¿Por qué? Porque yo tengo la razón. Ese es el nivel de argumentos al que se quiere reducir al periodismo.

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