Indudablemente la opinión mayoritaria en Colombia anhela la paz. Para más de la mitad de los votantes en la consulta esa paz no debe ser a cualquier precio. Muchos otros colombianos creen que la paz es un valor absoluto, que un arreglo como el del presidente Santos con las FARC era aceptable porque con ello volvía la calma social. De un modo semejante se juzga el arreglo venidero con el ELN.
Ha sido un espectáculo ver a los jefes guerrilleros haciendo el pregón pacifista. Se invoca al Papa y a su bendición. De pronto cambiaron de fachada. La guayabera blanca en lugar del camuflaje. En la ceremonia de Cartagena, asustados, agradecían que la fuerza aérea saludara el acuerdo y no los bombardeara, a ellos, los pobres guerrilleros.
La paz no es un valor absoluto. Cualquier pensador grande de la historia lo ha sabido siempre. Si hubieran triunfado las FARC habría llegado la paz, la paz de las FARC. Como llegó la paz en la Rusia bolchevique, o en la Cuba post-Batista. Setenta o sesenta años de paz. Los colombianos no saben lo que es eso. Los ecuatorianos solo tenemos un sombrío preámbulo.
El ELN es más todavía un invento castrista. Se apropiaron, para su agenda de conquista del poder, un grupo de justas reivindicaciones sociales. Nunca faltan en una sociedad democrática y liberal como Colombia. Quieren, dicen, la paz. Pero si la guerra fue la continuación de una política revolucionaria, ahora podrían hacer de la política una continuación de la guerra, por otros medios y con la misma finalidad.
El gobierno de Ecuador ofrece sus buenos oficios. Se asocia con Cuba y Venezuela. Cualquiera sabe de qué lado están en la discusión. Y aconsejarán bien al ELN por dónde ir. ¿Podrán alguna vez los guerrilleros renunciar al propósito de imponerse, por las buenas o por las malas? ¿Entenderán que gobernar es fallar y aceptar la falla, sin el relleno funesto de una utopía metapolítica?