Ha muerto Shimon Peres, uno de los políticos más lúcidos de las últimas décadas; uno de los negociadores de los acuerdos de paz de Oslo de 1993 entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), por el cual le fue otorgado el Premio Nobel de la Paz 1994, que compartió con Yaser Arafat y Yitzhak Rabin.
“Lo que estamos haciendo hoy es más que firmar un acuerdo, es una revolución. Ayer era un sueño, hoy es un compromiso. Estamos apenas en el principio de la historia y tenemos un largo camino adelante. Estamos tratando de darle un fin al fuego del odio y a los metales de la hostilidad que traen muerte y terror y pobreza a millones de personas en nuestra región“.
Sus palabras quedaron grabadas en la memoria de la historia tras la firma del histórico acuerdo.
El asesinato de Rabin en 1995 y el fracaso de las negociaciones organizadas en el año 2000 por el presidente estadounidense Bill Clinton en Camp David entre Arafat y el entonces primer ministro israelí Ehud Barak hirieron de muerte esos acuerdos.
Pero Peres, parte de la élite juvenil que David Ben Gurion eligió para poner en marcha en 1948 una nueva nación después de que la ONU aprobara la partición de la Palestina bajo administración británica, nunca se separó de su ideal y organizó un Centro para la Paz que buscaba acercar a los palestinos y los israelíes.
Los palestinos, decía Peres, son los vecinos más cercanos de Israel. “Y creo que podrían convertirse en nuestros amigos más cercanos”. Peres, sin embargo, nunca abandonó la idea de que Israel tenía que mantener una fuerza militar poderosa para negociar desde esa posición.
Fue responsable de la compra de los cazas Mirage para la aviación de combate, contribuyó a incrementar la superioridad aérea de su país en la Guerra de los Seis Días (1967) y puso en marcha un programa nuclear que convirtió a Israel en la única potencia atómica de Oriente Próximo, aunque no oficialmente declarada.
Fue ministro de Defensa cuando las fuerzas especiales de Israel realizaron la audaz incursión en el aeropuerto de Entebbe, Uganda, para rescatar a un centenar de rehenes tomados por secuestradores palestinos y alemanes. “Esta fue una operación sin precedentes, pues era la más grande desde el punto de vista de los recursos, la más corta desde el punto de vista del tiempo y la más audaz que se pudiera imaginar“.
Pero por lo que más destacó fue por su diplomacia en el ámbito internacional, porque no fue profeta en su propia tierra. Nunca ganó una elección abierta y, a pesar de eso, supo adaptarse a los tiempos hasta su avanzada edad, hasta el derrame cerebral que sufrió la semana pasada y que lo llevó a la tumba la madrugada de este miércoles.