El debate entre Hillary Clinton y Donald Trump evidenció la decadencia política actual, por el nivel de los argumentos; porque se trata de ganar la discusión y no de vender un ideal alto; porque se trata de ser más astuto escondiendo las malas artes y no evidenciando las bondades del proyecto que se defiende; porque se trata de hacer de los defectos del otro los méritos propios; porque no hay la posibilidad de evidenciar que yo estoy mejor que usted por esto y lo otro y no porque usted es más malo que yo.
En lo de fondo, el debate se limitó a la reiteración de los argumentos contra la señora Clinton que fueron respondidos con la reiteración de los argumentos ya escuchados contra el señor Trump: racismo, temas de los correos electrónicos… La contraposición que ya se conoce. No hubo un planteamiento fuerte de lo que quieren hacer con los Estados Unidos, algo que los diferencie más allá de sus intenciones transitorias en este momento.
El señor Trump no tiene la visión global de estadista; no tiene un discurso que refleje práctica política; tiene un sentido del éxito que se determina en la acumulación de dinero incluyendo la evasión de impuestos. No queda clara su transparencia. El señor Trump puede destacar como polemista, pero eso no alcanza para la conducción del Estado, porque parece no tener empacho en mentir o en darle la vuelta al argumento que el mismo ha sostenido antes, contradiciéndose flagrantemente sin sonrojarse.
La señora Clinton parece más coherente, más compatible con lo que ha dicho a lo largo del tiempo, aunque no puede evadir que se connote sus intereses particulares en la Fundación Clinton con ciertas actividades propias del ejercicio de su cargo, pero obviamente hay una visión mayor de las cosas del Estado.
En los próximos debates tiene que darse una profundización de los planteamientos para que no sean las diferencias tópicas las que orienten al elector sino las de fondo, las conceptuales, las de cómo van a conducir una gran nación que refleja en sus intereses los del mundo, porque nos afecta directamente. Porque en términos globales, el debate evidenció que la política está en franca decadencia en el ámbito mundial. Basta comparar con alguien que acaba de irse de la vida, el señor Shimon Peres.
Ahí vemos otra condición de político. Sabemos que Peres actuaba en función de los intereses de Israel y eso puede ser criticable por quienes sufrían la contradicción que esos intereses representaban para su propio país, pero a la vez había nobleza de miras y la posibilidad de diálogo con el adversario para intereses superiores como la paz. Había un estadista y no solo un político en la actitud de Shimon Peres.
Lo que pasa en España en estos días, ahí claramente se ve que los intereses no son ni siquiera doctrinales, los del partido, sino estrictamente personales; tal vez se pueda decir que atrás están los intereses de la doctrina que profesan, pero es difícil notar eso, puesto que lo personal destaca con fuerza.
Un poco menos personalismo se nota en los Estados Unidos; ahí se habla de la gran nación recuperada, de poner al país en primer plano, pero de todos modos no hay ni remotamente la grandeza de la política tradicional que ahora se echa en falta en todas partes. Para terminar en Ecuador, un ejemplo de la mala política, para llamarla en términos de Almodóvar, es que estemos condecorando a la señora Kirchner y ofendamos la memoria de Manuela Sáenz.