La violencia como tal ha estado y estará siempre en la condición humana. La condición humana no es una condición pacífica, el ser humano siempre tiene que agruparse en colectivos particulares. Cada colectivo particular se hace también de una exclusión: yo soy esto, porque no soy lo otro. En ese sentido, siempre hay una condición agresiva entre un colectivo y otro, un ejemplo de ello es que una religión siempre está en tensión con otra religión.
A partir de esto, tengo una opinión diferente a la expresada por el Papa Francisco, quien dice que las religiones son de paz. Claro, son de paz entre los fieles de una misma religión, pero no necesariamente -y muy dudosamente- son de paz con los fieles de otra religión; entonces esa tensión agresiva, que parte siempre de la condición del agrupamiento y de identificación a un grupo, está propensa a atacar al otro grupo, a veces de manera civilizada, pero también puede ser que haya ese gusto el gusto por la violencia contra el otro.
Esa condición se traduce en cada sujeto. El ser humano está siempre en tensión con el otro y ese otro que lo percibe como deseando el mismo objeto que él quiere. A ese otro lo percibe como una fuerza exterior que lo domina. La condición simbólica que agrupa a una colectividad está atenuada por la existencia de la ley, de unas prohibiciones y hasta de sanciones, pero la tensión y la propensión está ahí. Lo que se ve es cómo esto puede derivar en una abierta violencia, en un pasaje al acto, como se dice en psicoanálisis.
Hay una discusión de estadísticas, de poblaciones, de investigaciones sobre si existe más o menos violencia que antes. Hay tesis que dicen que la humanidad ha progresado en el sentido de que ahora hay una población más civilizada y pacífica, pero también hay argumentaciones que señalan que unas formas de violencia han disminuido y sin embargo se ha incrementado otro tipo de violencia. Por ejemplo, las dos Guerras Mundiales en el siglo XX y la violencia cotidiana que se puede expresar claramente en las calles, en la vida urbana; eso no ha desaparecido.
A ratos esa especie de énfasis se convierte en un factor que está vinculado al gusto por la imagen violenta y truculenta. Entonces, ese es un gusto que está también en nosotros, es un gusto en el que el ser humano dice: “qué bien que no me pasó esto”; ahí cabe la exhibición y exposición de imágenes que hacen los medios y que eso también es propio de este momento.
En otros tiempos, cuando se hacían ejecuciones públicas, eran muy concurridas, se hacían en las plazas públicas y todos iban a ver como se ahorcaba, como se fusilaba, como se incineraba. Ahora, en las noticias de los medios electrónicos se ven ejecuciones -y quien acapara esa atención es el grupo ISIS- y del otro lado siempre hay gente mirando esas imágenes.
Ese gusto por la violencia, por la muerte está trabajado por el escritor Georges Bataille, cuando trata del sacrificio y el atractivo que ejerce en la condición humana la presencia del paso de la vida a la muerte. Se hacían sacrificios rituales, en otros tiempos (lo que está más cercano a nosotros es lo que hacían los Aztecas). La humanidad vivió una etapa en la que se sacrificaba a los de la otra tribu, como ofrenda a unos dioses. Entonces, eso era un espectáculo, no era una cosa secreta.
Así, este espectáculo degradado a una crónica roja es lo que se exhibe hoy. Como sociedad estamos horrorizados, pero al mismo tiempo estamos fascinados por ese espectáculo de muertes, de heridos y de sangre, en general. Eso es parte de la condición humana, no es una cosa, no es un agente externo que pudiéramos eliminarlo con una medida administrativa, una política o incluso con una prédica constructivista de lo políticamente correcto. Tenemos que entender que se va a seguir dando.
Cada sujeto debe asumir este panorama, porque hay un colectivo y un grupo que puede estar propenso a desatar violencia contra otro grupo. Pero cada cual puede tener una conducta distinta, que atenúe o que incluso objete esa violencia grupal.
Siempre hemos pensado que hay algo de chocante y brutal en la violencia, no es que el ser humano piense conscientemente que está bien, pero puede haber excusas para ejercer la violencia. El delincuente es la víctima propicia para hacer violencia y el delincuente lo sabe, cuando toma esa vía de la delincuencia sabe inconscientemente que se está exponiendo a ser un chivo expiatorio de la colectividad.
En el colectivo, la violencia es como una cosa que está dada, pero eso no quiere decir que cada sujeto no tenga una responsabilidad y que no pueda plantearse una variante y una vía propia. Entonces no estamos en esa especie de fatalismo del destino.
Hace unos días se ejecutó a un sacerdote. De un tiempo acá todo acto criminal y violento está teniendo un sentido religioso. Sin embargo, la criminalidad no se explica enteramente con una intención religiosa, pero una vez que se produce retroactivamente se asume con un motivo religioso. Ese es el punto delicado. Al existir un sujeto enloquecido, criminalmente paranoico que quiere atentar contra el otro -resulta que eso a posteriori- se le da un sentido religioso y efectivamente va a ser leído como un atentado religioso, porque resulta que el paranoico era de una religión y esa religión con la incitación general que tenemos a nivel global también tuvo un factor desencadenante, es decir, de incitación. Lo que sí hay que recalcar es que este tema no va a desaparecer en el corto plazo.