Cómo construir un “pueblo”
El trabajo de Ernesto Laclau es de mucha importancia. No tanto, en principio, para los psicoanalistas, pero sí para los que aspiran a gobernar. Es un tesoro de ideas para estrategas, ideólogos, agitadores, propagandistas, “intelectuales orgánicos”, “ingenieros del alma”; es decir, los operadores de lo que Althusser llamaba “aparatos ideológicos del estado”. Hace un uso, operativo a su misión, de conceptos y formulaciones del psicoanálisis lacaniano: el significante vacío, el objeto a, lo real, la contingencia, el síntoma, la singularidad, por decir algunos, y por ello nos sentimos obligados a tomarlo en serio.
Laclau aborda el problema de cómo se constituye una identidad social, un “pueblo”, y diferenciándose de la concepción marxista que supone entidades sociales objetivas, llega a un planteamiento performativo. A través de una narrativa, de unos procesos de enunciación, de unos desplazamientos de las demandas grupales, se arma la hegemonía de un particular que asume discursivamente la representación de una totalidad.
Es la construcción de un pueblo, que no es posible sin la simultánea polarización de lo antipopular. No menos importante es la sublimación que “eleva un objeto a la dignidad de la Cosa” (fórmula conocida de Lacan) y que nos recuerda el esquema de la psicología de las masas de Freud.
El rasgo de la figura del caudillo es necesario en ese proceso. A su entorno se agrupa la heterogeneidad de lo popular, que cobra sentido y dirección. Se trata de un verdadero trabajo de “social engineering”, una obra maestra de tecnoburócratas manipuladores de las demandas (véase la nota de Jacques Alain Miller en la contraportada de Hablo a las Paredes de Jacques Lacan). Por supuesto se trata de resultados siempre transitorios, en movimiento, en desequilibrio, de allí que el trabajo de los “emancipadores” no tiene fin.
En verdad sabíamos que el “pueblo” no es nadie. Lacan se burla de la expresión “el hombre de la calle”, porque allí cabe todo y nada. Un significante vacío, que el experto burócrata canallesco de “la comunicación” volverá repleto de un sentido ocasional y conveniente.
El lumpen a la orden
Un aspecto clave del proyecto “emancipador” laclausiano es el factor humano, por decirlo, del que parte la constitución de un “pueblo”. Atrás quedó el proletariado marxista -por su encasillamiento histórico y geopolítico-, y la “multitud” de Negri y Hardt resulta demasiado anárquica y momentánea, demasiado utópica e inmanejable. Se requiere un conglomerado “sin historia”, como los pequeños grupos selváticos, queridos y nostálgicos de Lévi-Strauss.
Pero Laclau no es un romántico, que le apena el destino de los pueblos del trópico, admirables por su incomprensible balance de libertad y moralismo. Laclau redescubre el lumpemproletariado, esa masa detestada por Marx (basta releer las líneas fustigantes que le dedica en el apasionado y preciso escrito “El 18 de Brumario de Luis Bonaparte”, que por lo demás es un antecedente de los ya usuales estudios gramcianos y laclausianos sobre la hegemonía de nuestros días), y lo reubica como una masa proteiforme, sin antecedentes duros, sin tradición – porque resulta de la marginalidad de toda cultura- , dúctil para el técnico del AGIT-PROP, obediente a la voz y figura del líder, que se verá amplificada cuando se organiza como una estrategia de “comunicación”.
Pero el lumpenproletariado tiene su historia, y sólo por un malabarismo de imagen y sentido, Laclau puede invocar figuras que asociamos a cazadores de la selva, a tribus guerreras en las llanuras del “Viejo Oeste”, gente valiente y leal a la palabra. La historia del lumpen está inscrita en los márgenes de la modernidad, y quizás en los albores de la ciudad, como en la Corte de los Milagros de Víctor Hugo, en las representaciones cinematográficas del Satyricon de Fellini o Los Cuentos de Pasolini. Nada de selvas, islas y praderas a caballo. Marx en su ensayo detalla las “hazañas” de una organización del lumpen, al servicio de los fines de una lumpemburguesía financiera, y de la realización de un absolutismo estatal. Eliminando el régimen parlamentario -el régimen de los que parlan y luchan en la tribuna- se buscaba acabar con toda discusión en la prensa y en general en la vida civil. Marx habla de condenas a “multas inasequibles” y “desvergonzadas penas de cárcel” para los periodistas, un panorama de sobra conocido en los gobiernos bonapartistas de hoy.
Marx, Freud, Lacan: Honestos Imbéciles
Citemos con gusto, en extenso, a Marx diciendo que con esta “casta” artificialmente creada “…el Poder ejecutivo dispone de un ejército de funcionarios…y tiene por tanto constantemente bajo su dependencia más incondicional a una masa inmensa de intereses y existencias, donde el Estado tiene atada, fiscalizada, regulada, vigilada y tutelada a la sociedad civil, desde sus manifestaciones más amplias de vida hasta sus vibraciones más insignificantes, desde sus modalidades más generales de existencia hasta la existencia privada de los individuos, donde este cuerpo parasitario adquiere, por medio de una centralización extraordinaria, una ubicuidad, una omnisciencia, una capacidad acelerada de movimientos y una elasticidad que sólo encuentran correspondencia en la dependencia desamparada, en el carácter caóticamente informe del auténtico cuerpo social…”.
Marx merece ser elevado a la categoría de “honesto imbécil”, junto con Freud y Lacan. Son insuperables, porque como dice Lacan de los dos primeros, están en una relación propia con la verdad. No cabe lo mismo decir del lumpemproletariado y sus líderes e ideólogos: fascistas de Mussolini, nazis de Hitler, populistas de Perón. Los movimientos populistas latinoamericanos no encuentran sus teorías sólo en Laclau. Se suman el neonazi Norberto Ceresole y el nacional-bolchevique Heinz Dieterich, para el caso de los “colectivos bolivarianos” en Venezuela. Todos expertos en construir “pueblo”, asegurándose que los marginales de la sociedad, los “condenados de la tierra”, lo sigan siendo.
Excepción o no todo: instrucciones para llenar el vacío
¿Cómo se puede hallar aquí una referencia positiva a Lacan? ¿Qué clase de emancipación es ésta que los populismos ultraestatistas nos han hecho vivir por décadas? Si Lacan es citado para auspiciar una política, que se supone hará un uso honesto de la categoría del no-todo, ¿no debemos condenar un poder que se instala bajo el régimen masculino de la excepción, de la arbitrariedad obscena de un líder, dueño de la verdad y de la última palabra? Es Carl Schmitt el que guía los pasos del totalitarismo, con su propósito de no permitir ni concebir un espacio que no sea bélico y policial. La sociedad civil, ese mundo liberal y laico, es inaceptable para los fanáticos que quieren cambiar la naturaleza humana según sus ideales megalomaníacos.
¿En qué reside la operación laclausiana de llenado del significante vacío? Es lo que empezó la filosofía, bombeando el saber del esclavo en dirección a las reservas del amo. Al concluir, dice Lacan, históricamente, una jerarquía se instala como administradora del sentido, dando un S2 que define el sentido de un S1. Así aparece la Universidad y su función, destinada a dominar la contemporaneidad, expandiéndose hasta configurar todo poder.
Conclusión Lacaniana, no Laclausiana
Si lo heterogéneo, la Cosa, lo real y el objeto-a cobran relevancia en Laclau es porque se inscriben, con el discurso universitario, en el lugar del goce. Lacan entendía que la burocracia era la concreción del triunfo de la Universidad como semblante, como saber que representaba al amo en reserva y listo a decretar órdenes de excepción cuando la rutina muestra sus impases. Del otro lado del discurso se agrupa una masa informe, un campo de experimentos “comunicacionales”, de construcciones ad hoc, un magma que se pretende utilizar como fuerza de choque, como extras en un escenario grandioso. Marx decía que la ciencia financiera del lumpen, lo mismo el distinguido que el vulgar, se reduce a pedir prestado y regalar, y que con eso se puede manipular sobre la “simpleza de las masas”. Pero resulta que hay resortes más oscuros, que una tecnocracia, ella sí simplona, pretende controlar a su antojo. Ya vemos los síntomas violentos de su fracaso hoy.