“Medicar con anfetaminas a niños de dos años por un supuesto Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad es, sencillamente, una barbaridad”, “¿no sería mejor pensar en cambiar la educación?”, cuestiona la autora de rEDUvolution, (Ed. Paidós, 2013), María Acaso, Directora de la Escuela de Educación Disruptiva, España.
Lo que acontece a nivel universitario no es distinto de lo que avizora Acaso. El estudiantado suele estar adormecido con respecto a inquietudes realmente disruptivas, consagrado a lo más, a un activismo de teclado y de café; dispuesto a asimilar una educación bulímica, vomitando luego todo lo tragado entero a partir de las enseñanzas dogmáticas del criterio de turno, llámese profesor, tutor, gobernante o dictador: el que marque el pensamiento único y oficial. La represión –con toda la ayuda de un poder punitivo que suele reír de los límites proclamados desde la legalidad y el llamado ”orden” constitucional- hará que en el contexto del control social, el sistema familiar se encargue de intimidar y apercibir de las consecuencias de toda actitud de protesta.
Responder sobre el porqué la universidad debe salir a la calle, pasa por cuestionar el planteamiento base, pues antes de entrar a la explicación corresponde censurar el absoluto de la afirmación. ¿Realmente debe de salir a la calle? La educación –la que realmente lo es- no pretende –ni solo, ni siempre- una habilitación profesional, sino la generación de un ser libre, con pensamiento libre y con capacidad de actuar acorde a sus convicciones; esto es, con la posibilidad de insumisión y de irrupción.
Lejos está del momento social latinoamericano, la posibilidad de aceptar como fin de la Universidad la construcción del sujeto/objeto mercantil. La universidad es parte de la sociedad y la privada, de una sociedad civil ávida de participación en la toma de decisiones en temas de impacto colectivo. No es la universidad para la calle, per se, mas siendo uno de los objetivos universitarios la construcción de ciudadanía para una comunidad con valores humanistas, y dado que ésta se hace en las ciudades y las ciudades son sus calles, sería absurdo negar como posibilidad la actuación en espacios que trasciendan los claustros, y si en el ejercicio del quehacer ciudadano se da la protesta, y se cierra la calle, tocará a la universidad defender el derecho a la disidencia, la resistencia y la libertad.
La Universidad Casa Grande no se adscribe en su autoconcepción, a una división de universidades en públicas y privadas, ni a la dicotomía aula-calle, pues cree que en escenarios múltiples y vida en la complejidad. La Universidad Casa Grande es un espacio de construcción colectiva, y como tal, dispuesto al fomento de la libertad como bien y como valor, y por ello cree que el salir a la calle -respetable como acción individual- es también una posibilidad de decisión grupal, previa reflexión de la coyuntura y trascendencia.